La cena de Nochebuena, mísera en gente y, por ende, en zascas al primo pesado y marisabidillo. Las cuentas bancarias en rojo, a juego con el traje de Santa Claus. Regalos personalizados con todo el amor del mundo hace semanas y que, cosas de las mensajerías y los callejeros, no llegarán a tiempo. El banquete de Nochevieja atragantándote con el toque de queda (además de con las uvas), sin poder bailar ni reírte en familia al ritmo de la música y los subtítulos de 'Cachitos'. Cuidadín con venirte arriba, por los decibelios digo, con los brindis. Los Reyes Magos paseándose en descapotable por calles huérfanas de niños. Reencuentros sin abrazos. Y sin besos. El dolor de cabeza de sumar ventanas abiertas, restar comensales, hacer una regla de tres y despejar el número de invitados permitidos. Que no te cojan el teléfono en el laboratorio de las PCR. La feria desangelada. Los vuelos vacíos. Compañeros y amigos estrenando un ERE. Añorar todos y cada uno de los segundos de estos días a la abuela, que no ha podido salir de la residencia. Al abuelo, que se fue envuelto en rosas rojas unas semanas antes de que 2020 mostrara su peor cara. A la peque, confinada allende el Canal de la Mancha. Y al pequeñín, que nos dejó antes de llegar. Felices coronafiestas.