Opinión
Miguel Ángel González
Sanidad al límite
Se nos han puesto las cosas del revés y verlas del derecho llevara tiempo. Un efecto inesperado de la pandemia es que ha levantado la cómoda alfombra que pisábamos y nos ha descubierto la porquería que había debajo. No sospechábamos que la Sanidad pasara por horas bajas. Hace sólo dos años nos mirábamos el ombligo, sacábamos pecho y dábamos lecciones a tirios y troyanos. Con el buen escaparate que teníamos de eminencias médicas y cuando no pocos extranjeros acudían a nuestro país para que aquí se les tratara o se les interviniera quirúrgicamente, estábamos convencidos de que teníamos la mejor Sanidad de Europa. Pero llega el covid y nuestra confortabilidad sanitaria salta por los aires. Y no por el colapso de los hospitales, comprensible en una pandemia letal e imprevisible, sino por la falta de inversión en Sanidad que en las últimas décadas ha estado soportando precariedad laboral, abuso en las contrataciones, condiciones de trabajo que no son de recibo en guardias, horarios, falta de descanso, sueldos bajos y lo que no es menos grave, la falta de personal.
Nos gastamos una porrada de dinero en formar excelentes profesionales que al acabar sus estudios salen por pies a otros países que les valoran como se merecen y les triplican el sueldo. La consecuencia ahora es que nos faltan médicos, enfermeras y personal especializado en Urgencias, en las UCI y en los laboratorios. Algunas autonomías han estado buscando profesionales debajo de las piedras y se ha llegado a contratar a estudiantes de los últimos cursos de Enfermería y Medicina.
La causa es evidente, la imprevisión y el tremendo error de dedicar miles de millones, entre otras cosas, a comprar submarinos, tanques, fragatas y juguetes afines, una pasta gansa que le robamos a la Sanidad. Una situación que están pagando sus profesionales que se dejan la piel en las trincheras y que pagamos también nosotros que, si somos pacientes, empezamos a impacientarnos y cabrearnos. Hemos tenido demasiados muertos. No puede extrañarnos lo que nos pasa. Los CAP no contestan en ocasiones porque no pueden; los seguimientos de los infectados por la pandemia se hacen con retraso o no se hacen porque faltan rastreadores; los crónicos estamos al pairo, esperando que escampe y se aplazan sine die las operaciones. ¿Servirá esta debacle para reconducir la situación? ¡Más nos vale!
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