Opinión
¡Que viene la mafia!
Ibicencas e ibicencos, podemos respirar tranquilos. Hemos tenido suerte y una peligrosa organización satélite de la mafia rusa, que ha estado a punto de desembarcar en Ibiza e infiltrarse entre nosotros, en nuestras instituciones, negocios y forma de vida, ha sido desarticulada a tiempo. Demos gracias porque ya no tendrán la oportunidad de convertir la isla en un vergonzoso lavadero de dinero negro procedente del tráfico de drogas, la trata de blancas o cualquier otra actividad peligrosa, denigrante y delictiva.
Los isleños nos podemos considerar inmensamente afortunados porque, al parecer en el último momento, se ha evitado que nos veamos abocados a convivir con estos hampones sin escrúpulos. Según se deduce de la investigación policial que ha desmontado la trama gansteril, pretendían extender una red de negocios que probablemente se habrían mantenido abiertos durante años, tal vez con la mínima actividad y sin apenas clientes, incluso pagando alquileres astronómicos a sus caseros, como parte de una intrincada infraestructura para blanquear el beneficio de sus pérfidos enredos. Ya no tendremos que convivir, por tanto, con el inquietante fenómeno de los comercios y locales de hostelería opacos y habitualmente vacíos, que inexplicablemente perduran en el tiempo.
Cuenta la prensa de todo el país que la trama rusa incluso había proyectado hacerse con el control del ocio de la isla y planeaba adquirir una famosa discoteca, que les serviría como puerta de entrada para acabar extendiendo sus garras a una parte sustancial del sector. La buena ventura ha evitado que esta opa hostil y silente cuajara y nuestra fiesta pueda seguir en las manos habituales. Podemos deducir que, si estos maleantes y su ejército de matones se hubiesen adueñado del ocio ibicenco, habrían acabado implantando su ley como tiranos, saltándose las ordenanzas día sí y día también, y amontonando millones de euros sin declarar al fisco en cajas de caudales, para después blanquearlos y llevárselos a otras latitudes.
La investigación, que se ha prolongado durante siete años, ha revelado también que en la costa levantina estos sujetos ya habían conseguido infiltrarse en las administraciones y el mundo empresarial. Incluso han sido detenidos policías, guardias civiles, funcionarios y políticos, a los que embaucaban con jamones de Jabugo y otros cohechos, para luego exigirles contraprestaciones y favores. Por ejemplo, que les aceleraran o concedieran licencias de actividad para la apertura de nuevos negocios, permisos urbanísticos, etcétera.
El destino y la propia diligencia del equipo policial que ha llevado el caso, sin embargo, han permitido esquivar que algún miembro de nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad o de nuestras instituciones públicas haya sido tentado por dicho sindicato del crimen. Tal vez ejerciendo el pluriempleo en sus equipos de seguridad privada, en el ejército de porteros de discoteca que requerirían para sus nuevos locales o como infiltrados en las instituciones, para elevar o descender expedientes, según conviniera, de la interminable pila que conforma el laberinto burocrático pitiuso.
En la península, al parecer, la conspiración rusa se había pertrechado tras un equipo de abogados que manejaba fajos de billetes con la misma alegría que si fueran del Monopoly, para ejecutar discretamente los planes urdidos. Así, tratarían de comprar voluntades, presionar allá donde fuera menester e incluso impulsar cambios legislativos a su conveniencia. Qué alivio que ninguno de nuestros profesionales del derecho haya tenido que lidiar con una organización mafiosa de este porte.
Una vez estos bandidos se hubiesen infiltrado entre nosotros, muy probablemente habrían extendido sus tentáculos al sector inmobiliario, concentrando una amplia cartera de villas y adquiriendo parcelas para urbanizarlas y otros inmuebles, para especular y explotarlas turísticamente hasta la saciedad, incluso convirtiéndolas en escenario de lucrativas fiestas privadas. Hasta es posible que hubiesen acabado importando a nuestra apacible isla las sustancias ilegales con que se lucran en otras latitudes o las redes de acompañantes de alto standing que atienden servicios a la carta en chalets lujo, yates, etcétera.
Tampoco podemos olvidar que los jerarcas rusos habrían desembarcado con su ejército de lugartenientes y soldados, que sin duda imitan la actitud expeditiva de sus superiores aunque a menor escala. Tal vez, ejerciendo el menudeo de drogas, forzando casas, atracando joyerías, organizando redes de taxis pirata o montando fiestas ilegales. Su creatividad para desarrollar nuevas fórmulas para delinquir, al parecer, es muy notable. De haberse establecido en la isla estos temibles camorristas podría haber ocurrido todo esto y mucho más.
Para los ibicencos, el año 2020 ha sido triste, deprimente y desesperanzador, pero esta noticia demuestra que siempre existe el riesgo de que las cosas vayan a peor. Tomemos aire, contemplemos los maravillosos paisajes que nos rodean y felicitémonos: nos hemos librado de los mafiosos.
@xescuprats
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