En Cala de Bou hay decenas de alcantarillas que afloran en la misma playa, emergen de la misma arena, a veces hasta una altura llamativa. Da grima imaginar dónde acaban esos sumideros. Las zonas más rocosas están llenas de pistas al respecto, pues ni los embates permanentes de las olas son capaces de arrancar de ellas los restos de toallitas húmedas. Según un informe sobre el estado de la bahía de Portmany, son este y los fondeos de naves particulares de media y pequeña eslora los principales causantes de los daños que padece allí la posidonia. Pero, curiosamente, el foco está puesto en el tráfico marítimo comercial, pese a que sean contados los ferris que atracan en ese puerto. Claro que si yo tuviera una marina en la zona donde hubiera invertido mucho dinero para modernizarla y me agobiara la deuda contraída, estaría muy interesado en despejar ese muelle comercial para expandir mi propio negocio. Bien aprovechado, ese espacio es oro. Los amarres de la isla, aunque caros, son muy codiciados, sobre todo por algunas empresas de alquiler de yates. Y para camuflar mis intereses intentaría, a través de un lobby de tintes ecologistas, que gente bienintencionada diera la cara por mí, no fuera que se me viera el plumero.