El informe de Ibiza Preservation sobre el estado ambiental de la isla demuestra una realidad que no por sabida es menos deprimente. Las aguas de las playas, de las que Ibiza parecía que podría presumir siempre, van degradándose año a año ante nuestras narices, el territorio sigue urbanizándose a un ritmo galopante, cada año se recogen cinco toneladas de plástico en nuestro mar (una fracción de lo que debe haber) y en tierra firme el reciclaje sigue siendo un gran fracaso (menos del 18% del total en 2019). El agua del subsuelo está tan salinizada que ya hemos de beber agua de desaladora, la agricultura y la pesca están en vías de desaparición y los hábitos de consumo de la población (enganchados a los hipermercados) aceleran las tendencias contaminantes. El turismo (salvo el bajón de este año, que tal vez durará aún uno o dos más) se ha convertido en una apisonadora que arrasa la pequeña isla en la que vivimos. Si el planeta Tierra fuera como Ibiza sería simplemente inhabitable, porque sus recursos naturales estarían ya casi agotados. Lo preocupante es que va a más. Cada nuevo suelo urbano que se desarrolla genera más residuos, contaminación, coches, presión sobre los acuíferos y hacinamiento general. Es necesario anularlos todos.