Once de la mañana del sábado de resaca del Black Friday. Avenida de Bartomeu de Roselló. Basta una mirada al interior de una de las franquicias para que las pupilas amenacen con estallarme, incapaces de procesar la imagen que contemplan: decenas de personas haciendo cola frente a la caja, sin guardar las medidas de prevención del coronavirus. Nadie en el establecimiento controla que se guarde la distancia de seguridad, que ningún cliente se baje la mascarilla para comerse una galleta mientras aguarda su turno ni que un solo humano ose cruzar el umbral del local sin pringarse bien las manos de solución hidroalcohólica. De hecho, el dispensador está vacío. No escupe ni una sola gota de líquido anti virus y bacterias, agotado tras poco más de una hora de actividad. La imagen se produce apenas trece horas después de que el Govern balear permita, por fin, que los bares y restaurantes de la isla acojan a sus clientes en el interior. Si dentro de diez días aumentan los contagios en Ibiza mucho me temo que la culpa no se la llevarán las aglomeraciones sin control frente a las cajas y los probadores del pasado fin de semana, sino los sufridos empresarios de la restauración. Algo huele a podrido en el Black Friday, pero échale la culpa al bar.

@martatorresmol