Ayer estuve de nuevo haciendo fotos en la Bahía de Portmany. Pese a tres décadas de insistencia aún no he conseguido captar el azul eléctrico y tranquilo del mar. Cuando el sol se hunde junto a sa Conillera y sus últimos rayos golpean las nubes como un martillo naranja que se difumina hacia la noche e ilumina todas las ventanas del pueblo. En esa hora en que los paseantes caminan despacio y hablan bajo abrumados por tanta belleza siempre pienso en cómo debía de ser la bahía antes de la vorágine turística. De que se construyeran esos edificios tan feos, de los esqueletos, del hormigón en la costa, de los vertidos de Cala de Bou, de los fondeos incontrolados, del ruido perturbador del verano, de los ganchos y las capsulitas de gas... Siempre la imagino virgen. Pese a todo, la Bahía sigue siendo uno de los grandes tesoros de Eivissa y no debemos dormirnos, porque los próximos pasos hacia el desastre pueden ser los definitivos. También pienso en aquella tarde de hace ahora 30 años en que desembarqué por primera vez en la isla, en el muelle junto al muro del puerto de Sant Antoni. Sorprendido y alucinado. Stendhalizado. Estoy de acuerdo en que se elimine el tráfico de mercancías que satura el puerto y el paseo, pero no el de pasajeros. No podemos negarles ese regalo.

@ Fdelama