La muerte duele, pero cuando es fruto de una sucesión de situaciones injustas, nos destroza el alma. La de Cristian Zanetta deja desolada a su familia, pero también a cientos de amigos y compañeros de trabajo, que el jueves se agolparon en Santa Cruz para despedir a este argentino entrañable, bondadoso, siempre dispuesto a ayudar, desprendido, un torbellino dialéctico, de humor y de cariño.

Hace un mes, en cuanto supo que enfermamos, se ofreció a traernos comida, aun a riesgo de contagiarse. Hace cuatro años, cuando más lo necesitaba, me tendió su mano generosamente. Era así con todos. Sólo alguien así puede tener una familia como la suya, dos hijas maravillosas que siempre recordarán su tierno talante.

De mi hija cuidó con cariño y tacto. Fue un hombre extraordinario que, como dice un sabio amigo, «ha sido víctima de la Justicia», de corrientes maniqueas dadas a prejuzgar. Algunos deberían meditar sobre su humanidad y capacitación profesional. Pero los aplausos que recibió en Santa Cruz demuestran que, pese a todo, ha vencido el amor que generosamente repartió. Allí se escuchó un tango muy adecuado, 'Amigos que yo quiero'. Habla de la amistad («es hombría y lealtad, sentimiento y bondad, es sublime»), habla de Cristian.