Este Halloween nuestros encuentros de brujas, vampiros, fantasmas y enfermeras sexis pero degolladas, quedan limitados a seis criaturas, al menos, en el más acá. Para comunicarnos con el resto tendremos que tirar de las clásicas güijas o las actualísimas videollamadas. No está el horno para bollos ni el 2020 para más fenómenos paranormales, que el año está siendo ya una larga noche de muertos y no hay ristras de ajos ni caramelos en el mundo capaces de endulzarnos más pesadillas antes de Navidad.

No soy muy del género Z —cine de zombis como subgénero dentro del cine de terror— que, como ya he contado en alguna ocasión, por dolerme me duelen hasta los puñetazos en los Simpson. ¡Anda que estoy para resistir hora y media de hachazos y decapitaciones da igual que siempre ganen los buenos! Para cuando el libro de Mark Brooks, 'El manual de supervivencia zombi', era todo un best seller, yo andaría con 'Come, reza, ama'. Ese es mi nivel zombi. Sin embargo, con Halloween acechando en forma de calabazas y calaveras, me ha dado por pensar que entre tanta literatura, cine, videojuegos y series de televisión, muchos, más que preparados, hasta soñaban con la posibilidad de que un buen armagedón asolara el mundo. No esos simulacros que auguraban desde las ruedas de prensa paralelas de la oposición, sino un apocalipsis de verdad: con su buena plaga de hombres lobo, chupacabras o muertos vivientes. Es más, si en estos tiempos que corren, los telediarios, en lugar de contarnos que estábamos siendo devorados por una pandemia, hubieran hablado de una invasión zombi, muchos lo habrían tomado más en serio. Pero el virus es lo que tiene: no supura, no aúlla, no te deja los colmillos marcados en la yugular. No lo ves hasta que ya lo tienes encima. ¡Y qué caramba! Sobrevivir a este apocalipsis no ha resultado en absoluto tan épico como lo soñábamos. Olviden todo lo aprendido en los videojuegos. Olviden todo lo visto en televisión: los trajes de camuflaje que nos iban a quedar igualito que a Lara Croft o los Kalashnikov que todos guardaríamos en algún rincón de la despensa. Olviden las pilas de granadas de mano y latas de alubias en el búnker del jardín. Este fin del mundo ha ido más de acopio de papel higiénico y levadura y, como todo uniforme de guerra al abandonar el refugio, hidroalcohol en la riñonera y una mascarilla ffp2. Los héroes no hemos resultado como nos pintaban y las altas expectativas es lo que tienen: hacen que la realidad parezca una birria, una triste marca blanca de las estrellas de ficción.

Cuentan que Magallanes escribía en su Diario de Navegación que cuando llegaron al Nuevo Mundo, a pesar de que la playa estaba llena de indígenas, no avistaron las carabelas hasta que fue demasiado tarde y los invasores ya saltaban a la orilla. Es solo otro ejemplo de aquello de que no vemos la realidad como es, sino como somos, y aquellas naos demoníacas no se parecían a nada que los indígenas hubieran visto antes y sus cerebros necesitaban un tiempo que no tuvieron para percibirlas como realidad. Así somos, y nuestro cerebro, también. Tendemos a crear nuestra realidad en base a elementos ya conocidos, que es lo mismo que decir que creemos que la realidad es aquello que —nosotros y solo nosotros— creemos. Ese es el motivo para que la 'realidad' de esta pandemia sea tan distinta para un sanitario que atiende una UCI, para quien tiene un anciano en una residencia, para un adolescente que vive entre consolas o para un político según si se sienta en La Moncloa o en la bancada de la oposición.

Por eso, 'Un millón de muertos a manos de los zombis' nos tendría mucho más enganchados al televisor que 'Un millón de muertos por Covid'. Porque todos tenemos las calaveras frescas, pero a muchos aún nos cuesta visualizar una carabela o ver el riesgo que entraña un virus si la alerta no llega con la escandalosa puesta en escena de una docena de zombis arrastrándose tras tu coche. No es hasta que tú ,o alguien que quieres, se infecta, o incluso entra en la UCI sin saber si volverá cuando te pispas que todos éramos, todo el tiempo, zombis o potencial comida para zombis y aunque no sueltes espumarajos por la boca, el enemigo de los tuyos puedes ser precisamente tú.

Pero aún hay más parecidos razonables entre las desventuras de ataques zombis y un bicho intangible: Ha proliferado otra pandemia, egoísta y la caída de los débiles, demasiadas veces, ha sido responsabilidad de irresponsables. En la realidad ha resultado, como auguraban las ficciones, que el individualismo es otro feroz enemigo, con más posibilidades que un virus de llevar a la humanidad a la extinción. Pero también al contrario: cuando nos alcanza el colapso, solo los grupos que se organizan en comunidades solidarias logran salvarse. Tal cual. Es el 'hoy por ti', no importa si al asomarse al horizonte uno ve calaveras o carabelas. Da lo mismo. O quizဠ¡vaya uno a saber! Es que el mundo, si no es compartido, no vale la pena.

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