No recuerdo noches tan silenciosas en la plaza del Parque como las de esta crisis desde la reforma de Vara de Rey, ni a la ciudad tan desolada. El camino del trabajo a casa a las tantas es un páramo en el que sólo te tropiezas con alguna persona sin hogar, aunque ya nadie duerma en los bancos del parque de la Paz, absurdamente precintados, como si fueran un foco mayor de contagio que los de s'Alamera. El Eixample ofrece un goteo incesante de letreros de 'se traspasa' o 'se alquila', de paro y ruina. La Marina prácticamente ha cerrado; de Platja d'en Bossa, ni hablemos... Y nos espera otra semana más de un «confinamiento» que a quien de verdad castiga es a unos negocios que están luchando a brazo partido por sobrevivir, porque lo que somos los vecinos podemos rodar más que una peonza si queremos. Y no lo entiendo. Si se fía a la responsabilidad ciudadana la reducción de la movilidad y los contactos sociales, ¿por qué un 'toque de queda' a la diez para restauradores y hosteleros? ¿Porque es más fácil de vigilar que las posibles aglomeraciones? Me parece absolutamente injusto que bares y restaurantes que se han volcado en garantizar la seguridad de sus clientes sean criminalizados y tengan que pagar por las marrullerías de unos pocos. Si de lo que se trata es de frenar al virus, refuercen la atención sanitaria y controlen efectivamente a los que se saltan las normas de prevención, pero dejen ganarse la vida a los demás. Si no, perderemos todos.