Este año se han suicidado tres amigos míos con armas de fuego. Esos suicidios son un horror para la familia, los amigos y, especialmente, para quien presencia la sangrienta escena, o encuentra el cuerpo del suicidado, con la cabeza destrozada.

Hay más de ochocientos mil suicidios al año en el mundo, y muchos intentos fallidos que provocan tragedias a familiares. Y casi todos esos suicidios se llevan a cabo de maneras violentas.

Las causas del suicidio pueden ser, entre otras, la depresión, un intenso dolor crónico, la ansiedad, o la incapacidad de superar o afrontar situaciones.

Hoy día, muchas personas viven hasta cumplir casi cien años. Y es lógico que, excepto algunos privilegiados, muchos vivan una vejez en la más absoluta pobreza y en una total decadencia física, y por lo tanto deseen morir.

El suicidio puede ser planificado con antelación, con el consumo de fármacos, por ejemplo, o impulsivo debido a momentos de profunda depresión y locura.

Si a los que están hartos de vivir se les ayudase a morir dignamente, aunque no estén enfermos, los suicidas no recurrirían a la brutalidad de tirarse al vacío, las armas, ahorcarse, cortarse las venas, etc.

Mi padre, una eminencia internacional de la cirugía cardiovascular, siempre decía: «Cuando no hay calidad de vida hay que irse».

Yo vi a mi madre, con Alzheimer, sentada como una momia ocho años en una residencia. Y me pareció horrible que viviese tantos años en ese estado de total ausencia.

Poder acabar con la vida de personas en esas lamentables condiciones sería un acto de compasión.

Nadie nos ha pedido permiso para traernos a este mundo. Por lo que no tenemos que pedir permiso a nadie para irnos de este mundo cuando queramos.

Eutanasia viene del griego antiguo 'Eu' bien y 'Thanatos' muerte. No más suicidios brutales y más muertes dignas.

Hay que cambiar ya el artículo 143 del Código Penal.