Cerca de mi casa en Málaga había un pequeño mercado que por tener tenía hasta una parroquia. De niña solía ir a la pescadería donde María me daba una bolsa llena de raspas de pescado para mi gato. Recuerdo al zapatero, un hombre serio al que nunca vi sonreír. Había una ferretería regentada por una señora rubia, con moño italiano y un diente de oro, y su marido, con un bigote de la época. El mercado también tenía frutería, carnicería, panadería, droguería, congelados, administración de lotería, churrería, mercería y hasta una tienda de moda. Junto a la parroquia se encontraba además la Peña Puerta Blanca. Era el centro neurálgico del barrio. La imagen de los mercados de la isla es bien distinta en la actualidad: muchos puestos vacíos y en algunos casos pocos clientes. El Mercat Nou espera una reforma desde hace tiempo y ahora con el Covid-19 ha quedado parada. Es Mercat en Santa Eulària es una gran infraestructura donde aún se respira el ambiente propio de un mercado pero con demasiados puestos cerrados. En Sant Antoni, Es Clot Marès da pena. La dejadez de estas infraestructuras contrasta con la tendencia cada vez mayor a comprar en pequeños comercios y producto local. Los mercados de la isla necesitan renovarse ya.