Dejé de asomarme a esta ventana en enero de este año, cuando ya había pistas claras que presagiaban la que se nos venía encima, pero andábamos a otras cosas. La gran mayoría sintiéndonos seguros en nuestros proyectos de vida, otros no tanto. El caso es que no imaginábamos los escenarios por los que hoy estamos transitando.

Y aunque dejé de asomarme a esta ventana, nunca dejé de darle vueltas a las cosas.

Ahora, en este nuevo escenario encuentro de nuevo la necesidad de compartir mis derroteros mentales.

Septiembre siempre fue un buen mes para comenzar cosas, ¿no os parece? Quizás alentada por la vuelta al cole, o por los anuncios de enciclopedias coleccionables que proliferan en la televisión tomé la decisión de seguir compartiendo inquietudes. Y Diario de Ibiza volvió a cederme un espacio, solo espero estar a la altura...

Incertidumbre. ¡Esa es la palabra! Cuando se acerque el final de este año algún telediario nos contará que ha sido la palabra más usada del 20.

Incertidumbre. Ese estado emocional en el que los seres humanos nos movemos tan mal. Donde nada está definido, donde todo está por determinar... donde algunos nos volvemos poco resueltos y menos eficaces.

Incertidumbre, esa excusa que algunos utilizan para justificar su inoperancia.

Incertidumbre. Ese espacio que hoy tantos compartimos y que nos ha hecho darnos cuenta de lo vulnerables que somos y de lo poco que pensábamos en ello.

Y a base de incertidumbres hoy siento la necesidad de construir certezas. Porque las certezas son como ese pijama calentito y cómodo que todos tenemos y que solo le enseñamos a los incondicionales. La certeza nos hace sentirnos seguros, nos aporta paisajes por los que nos apetece transitar. La certeza siempre es un buen punto de partida, sobre todo si queremos promover cambios...

...Y la primera certeza con la que quiero empezar es la siguiente: ¡a la prostitución no la ha parado ni la pandemia! No hay quien se la cargue.

España tiene el dudoso honor de ser el tercer país a nivel mundial (por detrás de Puerto Rico y Tailandia) y el primero en Europa en prostitución.

Y asumimos estos datos sin escandalizarnos, y es que tenemos demasiada tolerancia a según qué cosas. Sobre todo, si no nos tocan ni a nosotros ni a los nuestros.

Hoy os traigo un testimonio, un testimonio en primera persona de alguien que ha tenido la generosidad de compartir conmigo y con todos los que lo leáis el poso emocional que ha dejado en ella estar en situación de prostitución durante casi un año.

Se podría llamar Aina, tener ocho apellidos ibicencos y ser la hija, hermana o amiga de cada uno de nosotros. (Hay gente que piensa que esto es problema de otros... y la verdad es que esto es trasversal y estructural).

Y dice Aina:

«Para quien quiera escucharme:

Mis dulces 18 deberían haber estado llenos de otras emociones. Creí haber conocido el amor. Quería salir de Ibiza y conquistar un sitio nuevo.

Sin embargo, esos 18 dejaron en mí un gran vacío emocional creando, si cabe, más carencias de las que ya tenía.

Recuerdo que fue una época complicada, tenía 17 años y estaba buscando trabajo sin tener ningún tipo de estudios. Llevaba a cuestas un buen historial de dimisiones. Mis dimisiones... No pude evolucionar en lo que yo creía que debería ser una vida normal.

Aprendí cosas que no se ajustaban a lo que una tiene en la cabeza.

Conocía el mundo de la noche desde hacía bastante tiempo, pero nunca había escuchado hablar de las cosas que suceden de día, esas se camuflan mejor. Hubo un momento en que pensé que lo que hacía estaba bien.

Mi secreto, pocas veces compartido, no fue escuchado por alguien maduro, alguien con visión que fuera capaz de ver lo que estaba causando dentro de mí.

Probablemente, si me hubieran aconsejado que abandonase yo no habría escuchado.

Lo único en lo que pensaba era en la independencia económica que obtenía y la falsa libertad que me proporcionaba.

Esa con la que tanto había soñado.

Todo el mundo quiere tener su vida resuelta y siendo realistas a duras penas descubrí que eso lleva su tiempo, y que desde luego no es tan fácil como te lo cuentan cuando eres pequeña.

Hace tanto que ya no soy pequeña...

Hoy me cuesta confiar en los hombres.

No puedo verlos como personas sin intenciones ocultas hacia mí, sin pensar en los actos que viví dentro de esas cuatro paredes.

Esas cuatro paredes que encerraban cuatro habitaciones y a 12 mujeres luchando por trabajar.

A veces antiguos clientes me encuentran en mis redes sociales, aunque nunca hayan sabido mi nombre, y preguntan si pueden verme.

Mis fotos, esas que me hicieron para mi anuncio en las webs, siguen en la red, porque, aunque mi perfil ya no esté, siempre quedan las reseñas de los encuentros que han tenido conmigo.

Siento que me observan y me produce ira.

Una ira que me quedo para mí sola y que trato de adormecer con alcohol.

Muchos han pasado por mí y ninguno hizo que me sintiese como alguien especial. Si fuera capaz de dar un número exacto sería una barbaridad, quizás 1000, quizás más...

Me encantaría poder verme como alguien especial y única, alguien con valor y amor propio, pero eso es algo que ahora mismo suena distante, muy distante.

Han pasado meses desde la última vez y hay veces que pienso que siempre me queda esta opción si la vida no empieza a sonreírme. Suena absurdo pensar que sucedería si quisieras. Suena fácil ¿verdad?, pero no lo es.

Supongo que es porque no me quiero lo suficiente, porque no me han querido lo suficiente.

Esto forma parte de mi pasado y siento que sigo siendo juzgada cuando lo cuento. Quiero confiar en que algún día sea de verdad pasado, hoy sigue siendo reciente.

Ya tengo casi 19 años y he pasado toda mi mayoría de edad ignorando lo que significa tener una relación sana.

Quiero confiar que en algún momento cambiarán todos estos pensamientos y que se diluirán estas sensaciones con un sabor tan raro.

Solo necesito de alguien que comprenda esta experiencia, que acepte que cometí esos actos, y que sepa valorarme más allá de lo que hice.

Alguien que me demuestre que las reglas tienen excepciones.

O quizás, solo necesite estar sola y aprender a vivir sin que sean otros los que me enseñen a quererme.

No lo sé, pero confío en que algún día lo sabré.

De nada...»

Poco puedo aportar a lo que Aina nos comparte, pero sí tengo un mensaje para los que justificáis la prostitución como una opción, no os mintáis más a vosotros mismos, no la desearíais para nadie a quien realmente améis o respetéis. Y si no la justificamos para nuestra gente, nuestra conciencia debería decirnos que tampoco debería ser válida para otras.