Durante las graves crisis que han azotado a la humanidad, la desesperación y la incertidumbre han empujado a la sociedad a buscar atrás en el tiempo, releyendo a los clásicos en busca de ideas y soluciones. Al recurrir a estos grandes autores, nos damos cuenta de que el material intelectual contenido en sus libros engarza con nuestra actualidad, como si hablara de nosotros mismos y de la vida que nos rodea. Ni tan siquiera importa la época o el lugar donde fueron escritos.

El escritor parisino Marcel Proust (1871-1922), uno de los grandes genios de la literatura, murió a los 51 años, tras pasar catorce recluido en una habitación del Bulevar Hausmann tapizada de corcho, para aislarse de los ruidos y la luz a causa de una neurosis. Durante el encierro, redactó los siete volúmenes de 'En busca del tiempo perdido', su obra cumbre, definida por algunos críticos como la autobiografía disfrazada de novela más importante jamás publicada.

En esencia, Proust llegó a la conclusión de que la vida no se entiende en el momento en que se vive. El tiempo perdido permanece en nosotros como un sentimiento de sufrimiento, aunque la recuperación en el recuerdo conduce al triunfo por el tiempo reconquistado.

Ahora que la temporada da sus últimos coletazos, llegado el momento de hacer balance de lo vivido en el transcurso de este verano lúgubre, extraño y aderezado de algún que otro detalle inesperadamente conmovedor, me pregunto si en Ibiza no hemos estado muchos años viviendo a la manera de Proust; es decir, aislados e indiferentes al mundo exterior, incapaces de definir de dónde venimos y hacia dónde vamos. Él, a diferencia de nosotros, aprovechó el tiempo y construyó una obra literaria extraordinaria. Aquí, sin embargo, ha sido el destino, a través de esta inquietante pandemia, el que ha doblado el tiempo como una h0ja de papel y nos ha devuelto una Ibiza que creíamos perdida, extinta e irrecuperable.

En mitad de la tragedia y el drama sanitario, familiar y social que aún afrontamos y nadie sabe hasta cuándo, hemos tenido la oportunidad de participar en un experimento sociológico involuntario. Y a muchos nos ha reafirmado en nuestras convicciones sobre el camino que debe proseguir la isla una vez dejemos atrás esta terrible enfermedad, que es algo que ocurrirá más pronto o más tarde, como ya ha quedado demostrado en innumerables ocasiones a lo largo de la historia.

En esta temporada de 2020, hemos vivido un tiempo recuperado con la resurrección del puerto de Ibiza, agonizante desde hace más de una década. La gente ha vuelto a él como en sus años legendarios y hemos tenido la oportunidad de descubrir qué ocurre cuando las playas permanecen tranquilas, ejerciendo de lo que son, sin establecimientos consagrados a ofrecer un ocio diurno que concentra a miles y miles de personas y transforma orillas en pistas de baile. Algunos de estos locales han estado abiertos, pero, a causa de la pandemia, se han dedicado a realizar sus actividades con las limitaciones que sus licencias les imponen; es decir, a ejercer de restaurantes, hoteles, bares, etcétera.

Con tremenda ilusión, he sido testigo varias noches de cómo la parálisis de esta oferta irregular ha repercutido de forma absolutamente positiva en el puerto. Una inesperada vuelta al pasado que nos ha sorprendido con la recuperación y reencuentro del puerto con sus amigos, su público y su gente, para celebrar con emoción este latido renovado que revive tantos propósitos, ilusiones y amores que durante estos últimos años allí quedaron depositados. Y también se ha constituido como un espacio insólito para la gente que no lo conocía y que, sin duda, ha quedado atrapada por tan impresionante marco histórico. El puerto, en definitiva, ha sido la gran aventura del verano ibicenco.

Esta experiencia renovada, además, afianza a comerciantes, artistas, establecimientos, pymes, familias? Una ola de esperanza que ha insuflado vida y emoción a los andenes, generando una sensación de descubrimiento que no se puede fabricar porque es algo inédito, auténtico e intrínseco al poso histórico que envuelve las calles del puerto. Y es, precisamente, esta emoción de la gente lo que proporciona contenido y vida al patrimonio histórico, porque el patrimonio sin su gente es tan solo un espacio vacío e inerte, lleno de sombras.

El puerto debe abrazarse a esta nueva oportunidad y apoderarse de ella. El interés general de la ciudad debe prevalecer siempre por encima de los intereses particulares. El ocio diurno, vinculado a la música, con grandes espectáculos y conciertos realizados día, tarde y noche, no puede disfrazarse en forma de actividades complementarias, porque no lo son.

Mientras tanto, la ciudadanía continúa aguardando a que las instituciones se pongan en disposición de servir a los intereses generales para regular las actividades turísticas. Es la única forma de evitar los actuales desfases interpretativos que, escudándose en este vacío jurídico, facilitan actuaciones abusivas impulsadas por intereses espurios.

Volviendo al autor francés, uno de sus conceptos más evocadores es la 'magdalena de Proust', ese fenómeno perceptivo que ocurre cuando una experiencia sensorial nos despierta un recuerdo olvidado. En 'Por el camino de Swann', primer volumen de 'En Busca del tiempo perdido', el protagonista moja una magdalena recién horneada en una taza de té y su dulzor y aroma hacen que rememore los episodios de su infancia, sucediéndose una historia de tres mil páginas. Nuestra magdalena de Proust, este verano de 2020, ha sido el puerto de Ibiza. Ha bastado con volver a contemplarlo pletórico y lleno de vida para devolver la confianza, la creatividad y la ilusión, y generar una nueva proyección de iniciativas para desarrollar, cada tarde-noche, una monumental obra de teatro de la vida, en el magnífico escenario del recinto amurallado.

El tiempo perdido rara vez concede segundas oportunidades.