Ya hace una semana que el barrio del Eixample de Vila y el casco urbano de Sant Antoni sufren restricciones de movilidad para frenar el contagio del Covid-19. Ha sido una medida impopular que ha fragmentado ambas localidades en dos, con cuantiosos daños económicos para los comercios y psicológicos para muchos residentes que no entendían porque ellos sí, y sus vecinos de la calle de al lado no, tenían que volver a sufrir un confinamiento. El viernes el Govern puso las cifras sobre la mesa y estos puntos habían sido el foco de contagio de otras zonas colindantes. La isla de Ibiza entera cuenta con la tasa de positivos más alta de Balears. Ante estos datos qué lejos parece quedar ya la imagen de destino seguro que vendían las Pitiüses a principio de temporada. Y no solo esa imagen ha quedado lejos, sino el ambiente de solidaridad con el que comenzó esta pandemia. La sociedad está crispada y más que buscar soluciones a esta crisis sanitaria o mantener la templanza suficiente para salir de este atolladero abre frentes innecesarios y calienta las redes sociales con mensajes de odio bajo una falsa capa de justicia y libertad. Cada vez que alguien me habla de conspiraciones desconecto y dejo de oírle. Cada vez que alguien se queja de la mascarilla un anciano muere en una residencia solo. Si no quieres llevar a tu hijo al colegio no lo lleves. Si vas a quejarte, pega un trago a un vaso de agua y da las gracias por estar vivo. Más de 30.000 personas han muerto solo en nuestro país. ¿De qué te quejas tú?