De los creadores de «Si 'no' fuera siempre 'no', muchos de nosotros no habríamos nacido», llega estos días «Al final no se va a poder ni mirar». Me explico: el Ministerio de Igualdad ha publicado los datos de una Macroencuesta sobre Violencia contra la Mujer realizada a un total de 11.688.411 mujeres mayores de 16 años y que ha revelado que un 57% han sufrido a lo largo de su vida algún tipo de violencia. Violencia por ser mujeres. El cuestionario, que se realiza cada cuatro años, en esta edición de 2019 añadía preguntas más específicas para cumplir los requerimientos estadísticos del Convenio del Consejo de Europa que incluían, además de violencia física y sexual, un apartado de acoso, en el que las participantes indicaban si habían sufrido «bromas sexuales y comentarios humillantes sobre su cuerpo», «sugerencias sexuales inapropiadas», «contacto físico no deseado», «situaciones de exhibicionismo» o «miradas lascivas e intimidantes». Ha faltado tiempo para que los extendedores de bulos conviertan lo que era un apartado que computa en una encuesta en la ficción de que se tratara de un delito tipificado y entre chistes y chismes, ya se sabe: «Estas putas locas feminazis. Al final no se va a poder ni mirar». Con lo fácil que habría sido preguntarles a esas mujeres si las han matado alguna vez, ¿que no? No hay violencia.

Recordaba las calles de Williamsburg, el barrio judío asentado en el Brooklyn neoyorkino y sus tiendas de pelucas, con eslóganes tan tentadores como «De auténtico pelo de blanca caucásica». Porque las mujeres, al contraer matrimonio -muy muy jóvenes-, se rapan la cabeza. «El cabello de una mujer casada debe estar cubierto, y si se revela parte de su cabello, está en la categoría de desnudez en lo que respecta a un hombre», reza el séder Berajot, uno de los textos fundamentales de la Halajá o Ley judía que rige las normas femeninas del Tzniut; recato.

Y pensaba en Nasrin Sotoudeh, la abogada condenada a 38 años y seis meses de cárcel y a 148 latigazos por su defensa de mujeres en Irán arrestadas por su oposición al uso obligatorio del velo islámico. El presidente Bani Sadr afirma que el velo no trata únicamente de «cumplir el mandato de Mahoma en el Sagrado Corán», sino que «está empíricamente demostrado que el cabello de la mujer emite unos rayos que excitan los deseos sexuales del hombre y le incitan a pecar». No tentemos a los diablos.

¿Y estará libre de pecado la Iglesia católica, apostólica y romana? No. Desde el «Necesitarás de tu marido y él te dominará». (Génesis, 3;16), al «Si ves entre los prisioneros una mujer hermosa, te enamoras de ella y deseas hacerla tu esposa, la llevarás a tu casa, se rapará la cabeza y se cortará las uñas, se quedará en tu casa y llorará a su padre y a su madre durante un mes. Luego podrás unirte a ella. Si deja de gustarte, le darás la libertad, pero no la venderás por dinero ni sacarás provecho alguno, pues ya la has humillado». (Deuteronomio 21:11-14). El transgresor Papa Francisco ha anunciado este año, tras sus intentos de limpiar de pederastia las faldas de la Iglesia, que la próxima batalla será acabar con los abusos sexuales y violaciones sufridos por religiosas en garras de religiosos. Delitos hasta ahora escondidos tanto por la machista jerarquía eclesiástica -«Si el sacerdote fuera mujer, los fieles se excitarían al verla.» (Santo Tomás de Aquino)-; como por las propias mujeres que, acatando voto de silencio y obediencia, con frecuencia, vieron estos abusos como una dura prueba de devoción o se culparon a sí mismas.

De las participantes en la macroencuesta que sufrieron violencia sexual fuera del ámbito de la pareja, un 92% confiesa que no denunciaron a su agresor ¡un 92%! ¿Por qué? La inmensa mayoría (un 35%), porque eran menores, porque eran solo unas niñas; otras, por miedo al agresor, pero los otros argumentos escalofriantes fueron el temor a que no las creyeran, por vergüenza o porque se sentían culpables de la agresión. Arrastramos un pecado original que aún nos pesa.

Voy a contarles algo que, seguramente, sorprenderá al lector que gusta de extender bulos: un depredador no te cae encima de la nada, te viola, te mata y arroja tu cuerpo al río. No. Todo empezó siempre con una mirada lasciva. Por eso, cuando una ya ha sufrido violencia en sus carnes, reconoce a millas una 'mirada lasciva e intimidante' y tiembla. Y si la descubre dirigida a una niña, cierra los puños. Porque algunas no estamos libres, pero sí curtidas en batallas en este mundo de violencia cotidiana que las mujeres experimentamos desde niñas y si no entendemos que hay que ir a purgar en las bases mismas de la cultura y de la religión; de la educación de niños y niñas, los roles que perpetuamos consciente e inconscientemente desde hace siglos, seguirán. Y seguirán matando.

«Lascivia:

RAE: Propensión a los deleites carnales; apetito inmoderado de algo.

En religión; Deseo ardiente y censurable. En particular, deseo sexual».

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