El destacado exresponsable de una discoteca ibicenca, felizmente reconvertido ahora en defensor de las esencias insulares, glorificaba ayer en este diario la época más siniestra y desafortunada de esta industria, en la que el ruido, el descontrol, las drogas y el permanente incumplimiento de la ley eran el pan nuestro de cada día. Aunque todavía hay mucho margen para la mejora en el ocio nocturno, la época que describía este empresario ahora jubilado (citando a Séneca, nada menos) fue la que destruyó la imagen de Eivissa en todo el mundo y nos convirtió en una isla de pastilleo y desfase permanente, una imagen que arrastraremos aún por décadas. Discotecas como las que cita el filósofo del ruido aparecían más en la sección de sucesos que en la sección de música. Hay muchos ibicencos que no han podido dormir muchas noches, tras una agotadora jornada de trabajo, porque a estos locales no les ha dado la gana cumplir las normas ni el sentido común, así que hablar de los «estoicos ibicencos» no deja de ser algo bastante cercano a una burla intolerable. Bienvenidos sean quienes ahora enarbolan la bandera de la sostenibilidad en Sant Antoni y se erigen en defensores de la Eivissa auténtica, pero, lamentablemente, la hemeroteca y la memoria colectiva están ahí. Una repentina lucidez no anula décadas de desatinos que nos avergüenzan a todos.