Si la pandemia continúa, lo del saludo tenemos que solucionarlo con un gesto más discreto, amable y civilizado. ¿A qué mentecato se le ocurrió la idea de darle al codo el protagonismo que ahora tiene? Cuando veo en la TV a los políticos darse de codos, tengo la impresión de que se están enviando a freír espárragos, a tomar viento. Es, en cierta manera, un «¿allá te las compongas!», un «¡anda y que te zurzan». El codazo ha sido siempre un gesto manifiestamente ofensivo y de mala educación. El señor o la señora que en la cola de un cine o de un supermercado se abre paso a codazos es un mal bicho que puede llegar a cabrearnos. En el fútbol, el codazo es tarjeta amarilla y si se da dentro del área puede ser incluso roja y penalti. Me pregunto qué puede esperarse de los políticos que inician sus reuniones dándose codazos. No podemos seguir así. Y menos mal que el promotor del codazo no tuvo la ocurrencia de que nos saludáramos, pongo por caso, con un pisotón supuestamente cariñoso.

Si repasamos el abecedario gestual de nuestra especie, afortunadamente riquísimo como bien saben los mimos, podríamos saludarnos al modo oriental, con una respetuosa inclinación de cabeza y, en posición orante, uniendo las manos sobre el pecho. O como hacían los mílites romanos, uniendo los antebrazos, sin tocarse para nada las manos. O, si lo preferimos, dándonos un efusivo autoabrazo en sustitución del que querríamos dar al prójimo y que de momento tenemos vedado.

O cabría, incluso, juntar la mano diestra y la siniestra con un ligero movimiento que recordaría el que también hacemos al darnos la mano. Y más sencillo sería saludar alzando la mano y moverla con alegría, tal como hacemos desde una cierta distancia cuando nos decimos 'hola' o 'adiós', el gesto que tan familiar nos es en los andenes cuando alguien llega o se va en el barco correo. En fin, ya ven que llevo muy mal lo del codazo. Yo no lo doy y, por supuesto, no dejaré que me den el codo.