Llevo días conteniendo la respiración por la evolución del coronavirus en Eivissa. Y no por temor al contagio; es una reacción ante el terror. Tras perder mayo y junio y ver cómo languidecía julio con una actividad turística mediocre, esperamos que agosto nos regale una sorpresa para al menos salvar los muebles. Pero nos hemos confiado y encima ha salido a la pista central del circo Boris Johnson, el 'clown'. Casi cien días de confinamiento permitieron contener al bicho, pero a la que hemos visto la luz nos hemos desbocado. Y eso pese a que las discotecas están cerradas (no lo celebro porque es una industria que, controlada, genera riqueza e imagen para la isla). Los contagios se multiplican y, lo que es peor, no existe un control en las entradas a la isla. Estamos en manos de los hados y de la evolución natural de esta maldición viral. Y mientras tanto, hay que insistir en la necesidad de replantear no sólo el modelo turístico (la dependencia de un mercado, de la turoperación...) sino también el económico. El monocultivo turístico es delicado y hay que apostar por la cultura, la naturaleza y las nuevas tecnología. Bill Gates advierte de que la próxima pandemia será consecuencia del cambio climático. Y que será más mortífera y durará más tiempo. Digo yo que este figura, que tiene más asesores que políticos hay en España, algo de razón tendrá. Pero claro, nosotros somos mucho más listos...