Recorrer Port des Torrent abruma, sobrecoge. Las calles vacías, los negocios cerrados, con sus puertas y ventanas tapadas con periódicos y pintadas de ese blanco tan típico de Ibiza te arrojan irremediablemente al llanto. Al ver a una pareja de turistas me dieron ganas de pedirle a mi hermano Miguel que parara el coche, que quería aplaudirles, abrazarles. Una ola de amor fraternal me inundó: benditos valientes, pensé. La ausencia de turistas me produce el mismo sentimiento de abandono y tristeza que la pérdida de un gran amor. Como cuando te das cuenta de que te abandona algo sin lo que no puedes vivir; cuando crees que no habrá un mañana y que el gris de hoy será el color del resto de tus días. Así estamos sin turistas. Es posible que no les hayamos tratado con el cariño que merecían, que no les dijéramos lo suficiente lo mucho que les queremos. Y ahora ya no vienen. Tanto ignorarles y despreciarles para tanto echarles de menos ahora, qué cabrona y simple es la vida. Debemos espabilar y aprovechar estos tiempos de zozobra para replantearnos muchas cosas, principalmente qué es realmente importante. Para recuperar la solidez del gran destino que somos estamos obligados a cuidar nuestras islas para que los turistas la disfruten y se vayan fascinados. Tenemos la obligación de respetarles, de decirles que no podemos vivir sin ellos, que su ausencia resulta demasiado dura. Sólo cuando los pierdes te das cuenta de lo importantes que eran. Como ese gran amor...