Paseo por Las Ventas que solo había visto alguna vez desde el coche y me impresiona la magnitud del edificio. Me pregunto si alguna vez mi padre estuvo aquí. Sí en La Condomina en su Murcia natal o en La Monumental de Barcelona, pero ¿Las Ventas? ¿Estarían alguna vez sus pasos donde ahora están los míos? Otra pregunta que escapa en el aire para volver a encontrarnos cualquier otro día en cualquier otra plaza.

Nunca conocí a nadie que amase tanto el mundo del toreo, hasta tal punto que, antes de que naciéramos mi hermano mayor y yo, ya nos había comprado un traje de torero y otro de flamenca. Un hijo torero, quería un hijo torero. ¿Habrá manera más rápida de decepcionar a alguien, simplemente, naciendo? Pero ahí siguen, recibiéndonos en casa nuestras fotos, con los mofletes encendidos, disfrazados mucho más que vestidos. Si jamás me dio por agarrar unas castañuelas, qué os puedo decir de unas banderillas. Yo, que empatizo de tal modo que hasta me duelen los puñetazos en los Simpsons, ¡Me horrorizaba! ¡Huía! De aquellos toros a todo volumen del televisor.

Ni siquiera pisé jamás la plaza de toros de Ibiza, convertida en mercado y reconvertida en una plazoleta con jardín que, mira por dónde, no lleva el nombre de El Cordobés, que fuera de los pocos en llenar el coso, sino el de Bob Marley, otro 'grande', de cuyo paso sí se sigue sacando pecho en la isla.

Pienso en mi padre y me alegra que no esté para sufrir esta agonía del toreo con la crisis del Covid. Una estocada más en la agonía lenta pero inevitable que ya venía sufriendo. Leo las 37 medidas que la Fundación del Toro de Lidia propone al ministro de Cultura para salvar el sector y no es tan distinto al argumentario con el que crecí en casa: «Para los toros es un orgullo morir así», «Sin el toreo se extinguirían los toros», «El que no quiera que no vaya», «Es arte, es cultura»? Y no, no todo es opinable. Podría rebatir cada falsedad y cada inexactitud como vengo haciendo desde que tengo uso de palabra con mi propio argumentario, pero no lo haré. Sin embargo, el escrito además se autodenomina 'segundo espectáculo de masas del país, solo por detrás del fútbol' y aquí sí que resoplo porque, además del cine, teatro, conciertos, bibliotecas, galerías y museos, por desgracia, hasta las putas tienen más público. 15 millones de consumidores de prostitución que dejan 4.100 millones de euros en ingresos frente a los 3,1 millones de asistentes a los eventos taurinos y 208 de recaudación. Lo sé, mi comparación es de mal gusto y jamás se me pasaría por la cabeza de no haber visto a los taurinos golpeando el coche en que viajaba una ministra preguntándome cuál sería nuestra reacción si fueran los proxenetas los de gritarle: «¡Puta, vamos a morir matando!».

Pocas cosas tan ambiguas como eso que llamamos 'festejo', 'arte' y hasta 'cultura', pero la tauromaquia sin duda lo es, al menos desde el 2013 en que el PP de Rajoy, viendo el creciente número de ciudades abolicionistas, la declarara 'Patrimonio Cultural'. El aspirante PP de Casado promete que, cuando sea presidente (es decir: si algún día llegase a serlo), las corridas volverán a televisión. Justificaba su desaparición en 2006 el entonces responsable de RTVE, además de porque el contenido violento coincidía con horario infantil, con que la cadena pública no podía permitirse la pérdida media de 100.000 euros de cada retransmisión.

Pero la televisión es apenas un reflejo de los vaivenes del apoyo y rechazo de la tauromaquia según quien gobierna, tan antiguos como la propia 'fiesta de los toros'. Uno de los primeros y más firmes rechazos vino de parte del papa Pío V quien en 1567 publicara una bula bajo pena de excomunión prohibiendo las «luchas con toros y otras fieras en espectáculos públicos y privados», introducidas según él «por el diablo para conseguir, con la muerte cruenta del cuerpo, la ruina también del alma» y advirtiendo que «si alguno muriere allí, no se le dé sepultura eclesiástica». Desde él, papas y reyes primero, políticos después, han ido prohibiendo y consintiendo según sus gustos e intereses particulares, hasta llegar al momento actual. En 2015, la Eurocámara aprobó por mayoría absoluta que se deje de financiar la tauromaquia, pero según asociaciones como LAV y Avatma (Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia y del Maltrato Animal) denuncian que recibe al año alrededor de 130 millones de euros desde la Unión Europea a través de ayudas camufladas dentro del Plan Agrario Común (PAC) más las aportaciones de las distintas instituciones españolas. Solo estas subvenciones de la PAC representan hasta el 31,6% de los ingresos de granjas destinadas a la tauromaquia. Mientras, las corridas de toros han caído en una década de 810 a 369 anuales. Un descenso de un 63% inexplicablemente acompañado de un aumento de un 35% de inscritos en el Registro General de Profesionales Taurinos hasta los 9.993 de la actualidad. Por cierto, solo 2,5% son mujeres.

Pero ya sabéis lo que dicen: «Si te cuento que un leñador corta un árbol, hay por lo menos tres versiones de esta historia: la mía, la del leñador y la del árbol». Y aquí nos ha faltado siempre la del árbol, nos falta la del toro. Dejadme traer un testimonio que, sin ser totalmente del animal, se le acerca. Es el de José Sepúlveda, un técnico de sonido de televisión que trabajaba en la cobertura de las mencionadas retransmisiones.

«Si en lugar de la mezcla de sonido de la banda de música, aplausos, bravos y oles... el sonido fuera el que capta el micrófono a pie de ruedo, donde se escucha perfectamente el sonido de la banderillas al entrar en la piel, los mugidos de dolor que da el animal a cada tortura a la que se somete... y además lo acompañáramos de primeros planos de las heridas que lleva, de los coágulos como la palma de una mano, de la sangre que le brota acompasada al latir del corazón o la mirada que pone el animal antes de que le den la estocada final, creo que el 90% apagaría el televisor».

La vez que el toro cayó agonizando frente a él y «su mirada ensangrentada y con lágrimas» se cruzó con la suya pidió que fuera la última. Ahí acabó su presencia en los ruedos de por vida.

Pero nos restan las peticiones de ellos: los amantes de los toros, que reclaman a gritos de 'cerda', 'golfa', 'puta', su derecho a 'morir matando'.