Soy rica! Lo sé, lo sé. No debería empezar un artículo así. Me van a llover los pretendientes por un interés absolutamente alejado de mi cuerpo serrano o de este carácter tan chisposo. Ya veréis cómo se llena mañana la sección de Cartas a la directora de solteros que me quieren conocer. Ibicencos de bien, hereus -cómo me ha gustado siempre la palabra hereu-, con tierras en las que poder construirnos el día de mañana una vivienda ilegal porque los metros no dan para más. En fin, lo asumo, pero he de compartir el secreto de mi riqueza, a ver si algún lector puede ir a la oficina del SEPE a decir que renuncia a la prestación del ERTE.

Cada par de horas necesito hacer una pausa del trabajo. En cuanto noto que mi cerebro empieza a centrifugar, alejo el ordenador con gesto de fuera, bicho y, como no fumo, que mis vicios son otros, empleo mi intermedio en algo que rompa completamente con la labor que tengo entre manos. Qué sé yo, ¡trasplantar una maceta! Y ya, luego, puedo seguir un par de horas más que aquí no ha pasado nada. Pues ayer, recordando un artículo que había leído de que este año sí es el último aviso para cambiar pesetas, pero además, que hemos de estar atentos porque algunas pueden valer una pasta, decidí desempolvar -madre mía, la de mierda que acumulan- todas mis monedas. Me niego a llamarlas 'colección' porque aquello es un cajón desastre y un coleccionista de verdad cuida sus tesoros. Pero ahí estaban, llenas de mugre, entre muchas libras, rupias, rublos, pesos, yuanes y bahts, mis pesetas y, sin saber por dónde empezar, vacié sobre la mesa aquella pecunia venida de todo el mundo que bien pude haber creado un punto cero de varias nuevas pandemias.

Mi hijo, al oír semejante estrépito, asomó de su habitáculo y le conté lo de las pesetas y que éramos potencialmente ricos. Me miró con ese gesto suyo de ventrílocuo que significa 'vale, vale' y se encerró en vano de nuevo porque yo ya, tomándolo como una experiencia compartida, le iba gritando: «¡Mira, mira, 5 pesetas del Mundial, se pagan hasta a 400 euros!», «¡Ay va, 50 céntimos de 1949, los pagan a 500 euros!», «¡Mira, mira, pesetas de 1947, las rubias, que se pagan hasta a 1.400 euros!» -Y aquí ya le añadía algo de la historia para que vea que soy una persona leída a la par que interesada-. «Estas son las primeras monedas en las que aparece Franco. Igual nunca me había alegrado tanto de ver la efigie del dictador». Y para demostrarle que la historia de puertas adentro vale tanto o más como la de las enciclopedias, le contaba que mi padre era un pirado de las pesetas, 'las rubias', que decía él y que en casa tenemos aún un gran frasco de cristal lleno y que mi madre, como mi hijo a mí, le miraba por encima del hombro. Unos incomprendidos. Y que a él le gustaba utilizarlas para hacer todo tipo de manualidades, como si fueran tachuelas, a modo de remache: «El portarrollos de madera de la cocina, por ejemplo, está decorado con rubias; o los marcos de fotos. Ya verás tú cómo algún día valen una fortuna y no solo por nuestras fotos». Y su silencio por respuesta que quería decir 'claro, claro'. Yo, ya totalmente expuesta a aquel cajón de ácaros, seguía entusiasmándome: «¡Pero bueno, si tenemos 25 pesetas de 1937, que Franco quiso conmemorar su 'II Año Triunfal' con una moneda, pero como la 'España grande y libre' del lema estaba totalmente destruida tiró de influencias y la acuñaron los nazis del III Reich! Bah, estas da igual a cuánto las paguen, te las dejo en herencia».

Pero en paralelo, una vez más, las malas noticias del televisor: en Europa, Sánchez seguía echando un pulso a Rutte y Casado ¡de parte de Rutte! pronunciaba la versión moderna del 'Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio político' y a mí que aún no me había dado ni tiempo a imaginarme el velero que me iba a comprar con las pesetas y ya lo veía hacer aguas. Entonces, mi hijo asomó de nuevo por la puerta con una mirada que decía: «¿Aún andas con esa tontería?». Y yo que le contesté, señalando al televisor como si fuera la niña de Poltergeist, que era mejor esperar, que Europa pintaba mal e igual hasta volvíamos a las pesetas y cabizbaja, mientras guardaba aquella maraña de ambiciones, mugre e historia en un cajón, repetía entre dientes: «No nos va a bastar, no nos va a bastar».

Por eso, cuando al fin he desayunado hoy con la noticia de que Sánchez -con el apoyo de algunos y a pesar de los palos en la rueda de otros-, nos vuelve a casa con 140.000 millones de euros -esto son 23.294.040.000.000 de pesetas-, he respirado de alivio, no solo por lo que va a conllevar de recuperación económica del país, que vuelve a andar algo destruido, sino, lo reconozco, por motivos egoístas. Pueden aguantar las rubias en el cajón un poco más. Igual hasta sorprendo a mi hijo por su cumpleaños y le enmarco una foto nuestra remachada con pesetas acuñadas por el III Reich. Ya veréis qué sorpresa le doy.

@otropostdata