Mientras toda Ibiza debate sobre la pertinencia o la desproporción de la decisión del Govern balear de imponer la obligatoriedad de la mascarilla hasta cuando estemos paseando por el campo, los piratas siguen campando a sus anchas por Ibiza y cada vez cobran mayor visibilidad, en contraste con el parón que experimentan buena parte de los negocios legales de la isla.

La polémica de la mascarilla es como cuando en el colegio un compañero sin identificar cometía una travesura y toda la clase quedaba castigada hasta que saliera el culpable. Nos parecía una injusticia, pero era la salida que le quedaba al docente para controlar a la jauría. Las escenas vividas las últimas semanas, con reuniones, fiestas y concentraciones sin protección ni distancia social, han incrementado el riesgo de rebrote de forma exponencial y los políticos han obrado empujados por el pánico a sus posibles consecuencias.

Esta resolución tiene muchas contradicciones y nos devuelve a la sensación de pérdida de libertades que padecimos durante el confinamiento, pero constituye la previsible respuesta a la falta de responsabilidad de algunos ciudadanos y viajeros, y ahora pagan justos por pecadores. Sin duda, tendrá efectos para el turismo pero un rebrote descontrolado aún sería peor.

Volviendo a los piratas, creíamos que la anómala situación de este verano nos libraría de ellos, pero ya hemos catado la triste realidad. La semana pasada hablábamos acerca de cómo los filibusteros proliferan como hongos en el sector del ocio, especialmente esos empeñados en convertir villas en discotecas, y también sobre los establecimientos legales que, a pesar de las prohibiciones, siguen organizando fiestas multitudinarias con zonas de baile y sin la menor protección, como si el mundo no atravesara una pandemia.

El pasado fin de semana el fenómeno volvió a reproducirse en la capital, donde se detectó otro fiestón con 85 personas organizado por una promotora en un establecimiento y se inspeccionaron más de una docena de locales. Muchos fueron sancionados porque su personal no llevaba mascarilla, no disponían de hidrogel para sus clientes o se incumplía el aforo máximo permitido. El tarugo no aprende.

La actualidad, sin embargo, impone aludir a los piratas de otros sectores distintos al ocio, que también abundan y actúan con asombrosa impunidad. Es probable que hayan visto en las redes sociales esas imágenes tomadas el fin de semana en que la playa de ses Salines parecía el desembarco de Normandía. Ante la atónita mirada de los bañistas, una sucesión de lanchas neumáticas que operan con chárters ilegales fondeados en pleno Parque Natural iban y venían cargando a una legión de turistas como si aquello fuera el dique de es Botafoc. No importa que la Guardia Civil retire los muertos que utilizan para fondear porque al cabo de un instante los vuelven a colocar de nuevo. La desvergüenza ha alcanzando tal nivel de desproporción que las autoridades están obligadas a actuar con contundencia e impedir que estas situaciones bochornosas vuelvan a producirse.

Asimismo, la droga, que es la mercancía pirata por excelencia, sigue circulando a mansalva y ahora basta con acceder a un grupo pitiuso de WhatsApp para disponer de un catálogo con docenas de sustancias estupefacientes, que al parecer utilizan sobre todo turistas ingleses. A través del mismo método se organizan los taxistas pirata, que incluso tienen tarificados sus trayectos como cualquier servicio regular. Los profesionales legales denuncian que ya andan operando por el aeropuerto de es Codolar con un método infalible para que las hordas de jovenzuelos europeos que aterrizan con ganas de fiesta caigan en sus redes. Si la oferta de transporte alternativo no les tienta, les seducen con la posibilidad de adquirir cocaína, ketamina y otras sustancias durante el trayecto. La droga, al parecer, es parte indispensable del negocio y muy probablemente constituya su mayor tajada.

Con esta práctica, el aeropuerto, además de haber quedado etiquetado como el mayor estercolero de la isla en el momento en que la higiene constituye la prioridad número uno -habrán visto esas imágenes de mesas y bancos exteriores a la terminal repletos de basura-, también se asienta como mercadillo ambulante del transporte ilegal y el menudeo con estupefacientes. Vamos bien.

Son solo algunos ejemplos de la piratería que se lleva este atípico verano y que, en realidad, difiere poco de la habitual. En todo caso, sí podemos tener claro que no hay otro destino en nuestro país con semejante densidad de bucaneros por metro cuadrado. Habrá que consolarse con la única noticia positiva que ha irrumpido en este inframundo del filibusterismo exacerbado: el alemán de Tagomago ha emigrado y sus tropelías ya solo quedan para el recuerdo. Permaneceremos atentos a las intenciones que traiga aquel que lo sustituya.

@xescuprats