Cuando untó sus muslos con bronceador se detuvo unos segundos con movimientos pausados, circulares. Un sutil orgasmo le lanzó un guiño y apretó las piernas al recordar cómo lo había utilizado la noche anterior. Estaba tendida al sol de una solitaria Cala Mastella después de tres horas de buceo, esperando a que sonaran las dos en punto para ir al chiringuito a disfrutar del bullit de peix y el arroz a banda, único menú del lugar.

Acercándose el momento, dobló su neopreno ya seco, guardó todo el equipo en el coche y caminó por las rocas hasta doblar la esquina de pinos, donde la plataforma de madera le había robado terreno al mar. Lina la vio asomar y le hizo una señal desde una mesa junto a la barca, del todo innecesaria porque era la única cliente.

Lorena se sentó y comenzó a rebuscar insistentemente en su capazo mientras la saludaba.

-¿Qué buscas?, preguntó Lina

-¿Qué va a ser? Siempre busco lo mismo, o las llaves o el tabaco.

Vació el bolso hasta dar con la cajetilla.

-Aquí está, dijo, llevo un par de canutos liados pero los guardamos para el café, ¿te parece?

Lina asintió, y señaló el bronceador que Lorena había sacado del bolso y estaba a punto de guardar de nuevo.

-¿Y este bronceador? ¿Es una nueva marca?, se extrañó Lina.

-Es el mejor. Anoche me acosté con Carter y lo usé.

-¿Usaste el bronceador de lubricante?, se sorprendió Lina.

Lorena soltó una carcajada y aclaró:

-Sí, llevo un par de semanas con la insoportable sequedad del ser*. Carter es muy bueno, pero ni usando la lengua ni utilizando todos los resortes adicionales conseguía yo ponerme en solfa. Y con el lubricante canté como los ángeles.

-El pobre Carter debió comerse la crema, comentó Lina.

-Sí, pero como se lo come todo. Dijo que sabía a mango y ahí estuvo fino, porque si lees la etiqueta verás que lleva eso, mango.

-¿También se lo pone él?, preguntó Lina.

-Carter no necesita lubricante. ¿Conoces a algún hombre que lo necesite? Bueno, vaya tontería acabo de decir. Claro que necesitan.

-Tienes razón, Carter es muy bueno, añadió Lina con la complicidad que da el haber compartido el mismo amante.

-Me cuesta un poco convencerle de que la 69 no es mi fórmula. Él se pone a mil, pero yo me quedo en la inopia. Le digo que es como una fórmula química en la que hay que separar elementos, primero el 6 y después el 9, primero uno y después el otro. Pero con Carter no hay forma, tiene la obsesión de compartir orgasmos y eso es estresante, se quejó Lorena. Bueno, ya sabes de qué hablo.

-No, no, exclamó Lina, cuando yo estaba con él no tenía ese problema, si coincidíamos bien y si no también.

-Hoy hemos quedado y no le voy a dar opción, se va a enterar y de paso a ver si me entero yo o le pongo un sello* en el culo y lo mando a Cuenca.

Después de aquella conversación, Lorena intentó durante algunos días reconducir sus prácticas sexuales y convencer a Carter de que la consonancia orgásmica era innecesaria. No lo logró y terminó tan estresada que le pegó el sello, lo cual no tendría relevancia de no ser porque Carter trabajaba en Correos.

1* Alusión a la novela La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera.

2* Antigua pegatina imprescindible para enviar cartas por correo físico.