De entre las cien características presentes al enamorarme una ha sido siempre que el sujeto en cuestión disponía de pene funcional. «Y a mí qué cojones me importa» pensará el lector y no puedo más que darle la razón porque a mí me sucede exactamente lo mismo con la vida amatoria de los demás y, solo en los casos más cercanos, puedo preguntar por algún otro tema, quizá, como qué quiere ser de mayor o a qué dedica el tiempo libre. Cuento 'lo mío' a modo de contexto para evidenciar que, sin ser parte directamente afectada, no obstante, defiendo que cada uno puede enamorarse y hasta acostarse con quien le salga de lo que se guarde en el calzoncillo, con la única limitación de que ambos sean adultos, libres, en pleno uso de sus facultades y haya mutuo acuerdo. Ya con eso, que cada cual queme sus cincuenta sombras de Gregorio, que para eso están. También defiendo que estas uniones sean iguales en derechos a las de todos, faltaría más. Y no, no hace tanto que se legalizaran en España los matrimonios sin importar el sexo de los contrayentes o la adopción porque, aquí otra paradoja: una persona LGBT+ podía solicitar una adopción, sola, pero no si tenía pareja. Absurdo, como tantas cosas absurdas hasta que alguien lucha -y a veces con la vida- por cambiarlas. Mucho trabajo por hacer. Y hablando de trabajo, cuento en mi currículum con haber participado en dos 'Orgullos' en Mallorca, otros dos en Madrid y uno en Sevilla. También he tenido el privilegio de que me invitaran a leer un año el Manifiesto para horror de mi madre que inició el que viene siendo, históricamente, nuestro diálogo más común:

-¡Pero qué van a pensar!

-¿Qué van a pensar, quiénes?

-¿Cómo que quiénes? ¡Pues la gente!

-¿La gente? ¿Qué gente?

Como si alguien se levantara pendiente de con qué voy a escandalizar a los míos y si, de una vez por todas, se destapa que toda mi vida, mis matrimonios (con hombres) y hasta mis hijos son parte de un plan urdido durante décadas para ocultar quién me pone de verdad. Lo que pueda parecer una broma, este agotador diálogo de besugos, no hace más que evidenciar que si yo, perteneciente, por casualidad, a la combinación sexual socialmente aceptable (léase: heterosexual), tengo que sufrirlo, ¡qué no padecerán los otros!

Pero además vivo en Chueca, el célebre barrio madrileño que, precisamente estos días, debía recibir a más de un millón de visitantes por las celebraciones anuales del Orgullo. Este año, como tantas cosas, no será. Sin embargo, es noticia por otra cosa: Correos ha rotulado la oficina de Chueca con un arcoíris. Nada, una pegatina que en cuanto quieran, la quitan. También 5 de sus 13.461 furgonetas de reparto y 9 de sus 13.940 buzones. En concreto, los que rodean el barrio. Todo como parte de la campaña de un sello conmemorativo. 10.351 euros de inversión recuperados el primer día de venta -ya el segundo sello más vendido de la historia después de uno dedicado a Star Wars- y con un impacto que estiman, a día de hoy, en más de 800.000 euros, pero que ha servido para que algunos carguen sus fusiles. De hecho, si no llega a ser por el escándalo, ni reparo en la bandera del arcoíris ¡que será por banderas en Chueca! Aquí, en los escaparates de los chinos, las banderas españolas conviven en armonía con las de colores. ¡Ay, la de políticos que podrían tomar ejemplo!

¿Pero de qué va 'eso del Orgullo'? ¿Y qué hay tras esa polémica banderita del sello? Algunos apuntes: la homosexualidad dejó de ser considerada como una enfermedad mental por la Organización Mundial de la Salud en 1990, hace apenas 30 años. Hace solo 15 que el matrimonio es legal en España -y fuimos los terceros en regularlo en el mundo, después de Holanda y Bélgica-. Hoy son ya 29. Apenas 29, porque del otro lado de la balanza, en 70 países las relaciones sexuales entre personas adultas del mismo sexo siguen siendo ilegales o están penalizadas. 26 países aplican penas que van desde los 10 años de cárcel a la cadena perpetua y 11 países las castigan con la pena de muerte. Son los datos del último Informe de Homofobia de Estado de ILGA World que también recoge que las 'terapias de conversión', destinadas a 'curar la homosexualidad' y que incluyen 'terapias de electroshock, internamiento y hasta exorcismos' solo están prohibidas explícitamente en 3 países del mundo. España no es uno de ellos donde, a falta de consenso estatal, únicamente 5 comunidades -Madrid, Murcia, Andalucía, Valencia y Aragón- las prohíben.

En cuanto al sello, es un homenaje al Pasaje Begoña en Torremolinos que en 1962 albergara numerosos locales que supusieron un pequeño oasis de libertad y respeto para todo el colectivo LGBT en medio de la feroz dictadura franquista -como también sucedía en Ibiza, algo más lejos de las garras de los cazadores de 'invertidos'-. Aquel paraíso malagueño se extinguió exactamente el 24 de junio de 1971, el día de la 'gran redada'. El lugar, declarado ahora 'Lugar de Memoria Histórica y Cuna de los Derechos y Libertades LGTBI', fue víctima de una irrupción brutal por parte de la policía del régimen en la que se identificaron a más de 300 personas. 114 fueron detenidas por ser 'peligrosos sociales'; algunos fueron encarcelados y otros, extranjeros, deportados.

Algo parecido sucede aún en Egipto, donde la homosexualidad no está penada por ley, pero sí se organizan redadas en busca de 'homosexuales' y 'satanistas'. Una de las víctimas fue Sarah Hegazy, activista LGBTI y militante en la izquierda egipcia a la que se acusó de «promover desviación sexual y libertinaje» por levantar una bandera arcoíris en un concierto. Comprobaron si mantenía la virginidad y fue encarcelada y torturada. Se le aplicaron terapias de electroshock y las autoridades animaron a sus compañeras de celda a violarla. No logró recuperarse. «La prisión me mató, me destruyó», declaró desde su exilio en Canadá donde se acabó suicidando el pasado 14 de junio. Tenía 30 años. Junto a su cadáver había una carta: «A mis hermanos: intenté sobrevivir pero no pude, perdonadme; a mis amigos: la experiencia fue demasiado dura y fui débil, perdonadme. Mundo: fuiste cruel en gran medida, pero te perdono».

Y una vez más, cuando es fácil pensar que estas vulneraciones de los derechos humanos nos quedan lejos en el tiempo y en el espacio; que nuestros logros están a salvo, la polémica generada por una bandera de colores sirve para recordarnos que no tienen garantía permanente, sino que penden de un hilo, ahora, de colores. Como muestra, las declaraciones realizadas por algunos políticos. No egipcios, sino españoles. No en tiempos del carraco régimen franquista, sino en la más aterradora actualidad:

«Que hay un niño que no lo adoptan, que no lo quiere nadie y dos homosexuales lo quieren, yo los aplaudo, pero pudiendo elegir, es mejor que un niño esté con un padre y una madre».

¡Ay, la familia ideal! En mi imaginación siempre incluye una tarta de manzana recién horneada enfriando en una ventana. En la realidad y con la ciencia en la mano resulta que tampoco la afirmación es cierta. Las abundantes investigaciones realizadas -por favor, no confundir con opiniones puntuales por mucho que se pronuncien a gritos- sobre la existencia o no de diferencias en el desarrollo psicológico y social de los hijos de familias homoparentales, coinciden: la crianza por personas del mismo sexo no muestra diferencias significativas y, en ocasiones, hasta apuntan a favor de la homoparentalidad, donde se evidencian prácticas de crianza más avanzadas y mejor ambiente familiar que la media. Tiene sentido. Son niños fruto de una concienciada planificación familiar por parte de parejas que han conocido la falta de apoyo y comprensión; herramientas valiosas para la educación y que, con más probabilidad, están presentes en las familias. Lo que sí se acusan puntualmente son los prejuicios a los que se enfrentan estos niños en las relaciones con la familia extensa (otros parientes fuera del hogar). Por otro lado, la posibilidad de discriminación en la escuela, según los estudios, no parte del modelo familiar donde viven los niños, sino de la misma problemática de homofobia presente en el entorno. Traducido (y válido para todo): el culpable de la agresión es el agresor, no la víctima. Y aquí quiero recordar otro dato mucho más significativo: más de un tercio de los niños y jóvenes LGBT han intentado suicidarse. 950 intentan suicidarse en España cada año. Cerca de 50 lo consiguen. Son datos del Observatorio contra los Delitos de Odio que señala como causas: «La falta de apoyo en el entorno familiar y escolar, junto al bullying, además de los conflictos de autoaceptación y autoconfianza».

Y ahora, sí, prosigo con declaraciones vertidas por algunos de quienes hemos sentado en nuestros escaños:

«Hagamos que nuestros hijos sigan pensando en el arcoíris como un fenómeno de la naturaleza y no en un camino guay de colores que conduce a una ideología de género que lo que busca es romper la familia».

«Ahora quieren llamarle también matrimonio a la unión de dos varones o dos mujeres y eso no es un matrimonio».

«Creo que es bueno que las personas se unan, creo que es bueno que dos monjas, dos hermanas viudas puedan hacer una unión para cuidarse. Es bueno que dos amigos viudos se junten, pero eso es una unión civil, no un matrimonio».

«¿Por qué los gais celebran tanto el día de San Valentín, si lo suyo no es amor, es solo vicio?».

«Si tuviera un hijo gay lo que haría es ayudarle, llevarlo a terapias para reconducir su psicología».

«La homosexualidad no debe hacerse pública. Somos partidarios de quitar las banderas y panfletos de gais y lesbianas, porque cada uno, su orientación sexual en su casa y en su cama».

Pues permitidme, políticos, deciros que vaya que sois libres de opinar lo que os venga en gana; que las relaciones distintas a las vuestras son pecado, enfermedad o hasta castigo. Por supuesto. Ya sabéis lo que se dice de la opinión, que, como la orientación sexual, todos tenemos la nuestra. Pero si esta opinión atenta contra los Derechos Humanos (el Consejo de Derechos Humanos, en su Resolución 17/19 de 2011 condena formalmente cualquier acto de violencia o discriminación por orientación sexual e identidad de género en cualquier parte del mundo) igual sois vosotros los que podéis guardaros la opinión en vuestra casa y en vuestra cama. O, lo que es lo mismo: si venís a sumar, sois bienvenidos y si no, por favor, correos.

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