Algún anormal decidió ayer abrir las sentinas del barco en el que navegaba para limpiarlas nada menos que en la bocana del puerto de Formentera, según los primeros indicios, provocando un vertido de cientos de litros de aceite y combustible que, por fortuna, quedó confinado en sus muelles y no se extendió a las maravillosas playas del Parque Natural. La actitud de este energúmeno, que además constituye un delito, me ha recordado con más crudeza de la deseada que ya hemos vuelto a la anormalidad anterior gracias al final del confinamiento de esta especie nuestra que, insisto una vez más, se comporta como un verdadero virus para el planeta. Ya tenemos vertidos, ya las mascarillas y los guantes flotan a miles en nuestras aguas. Puedo pecar de pesado pero es que después de unos días de asueto (de ERTE puro y duro) disfrutando de ses Salines y de Formentera, no puedo más que maldecir al cretino del barquito de las narices y a los incivilizados que se niegan a utilizar las papeleras para depositar sus inmundicias, que nadie quiere. Si algo nos ha enseñado esta pandemia es la necesidad de dotarnos de un potente cuerpo de inspectores, de policías ecológicos que persigan a estos desalmados. Y que les crujan a multas hasta dejarles tan secos como su sesera. ¿Oído, políticos? Pues eso.