Durante el confinamiento, en casa nos dedicamos a matar el virus cada día de una forma diferente como estrategia para combatir la monotonía y a la vez proyectarnos hacia la esperanza. En una pizarra dibujábamos al desdichado microorganismo con cara de sufrimiento mientras recibía puntualmente su severo correctivo por habernos trastornado la vida de esta forma tan inesperada. Murió de múltiples maneras, chafado por un yunque de varias toneladas, atropellado por un trolebús o insertado en canal por una lanza zulú. La imaginación nos daba para todo tipo de desenlaces, como inyecciones de cianuro o descargas eléctricas, sin olvidarnos de la olla a fuego lento, donde podíamos elaborar un espeso caldo radioactivo donde el 'animalito' agonizaba sin piedad. Estas prácticas malévolas fueron languideciendo con el paso de las semanas y el descenso de la mortandad, quedando, a pesar de todo, un poso de sadismo viral que a veces rebrota para rematar al susodicho sin remordimiento alguno.

Ahora que parece haberse batido en retirada, vivimos una época de prevención entre guantes y mascarillas a pesar de tener la sensación de amenaza latente por mucho que nos esforcemos en recobrar la normalidad. Por ello, sigo imaginando otras formas más sutiles de ajusticiar al virus mientras nos volvemos a relacionar con nuestros congéneres en relativas distancias prudenciales. La elaboración del proceso mental deja de lado la crueldad y sugiere modalidades más constructivas y amables que sirvan para transmitir cierta alegría y humanidad, que nos ayuden a seguir disfrutando de nuestras pasiones y nos devuelvan la tranquilidad que nos ha sido arrebatada. Variantes aniquiladoras que denoten que algo hemos aprendido y que no queremos seguir por el mismo camino que nos ha llevado a esta encrucijada. Tapados como vamos hasta la nariz, una bonita forma de deshacernos de este indeseable virus es aprender a sonreír de la forma más sincera que existe: con la mirada, de manera que nos ayude a imaginar el resto de la expresión de la cara sin necesidad de verla. Volver a compartir la música, respetando las distancias, sería otro golpe mortal a las consecuencias deprimentes que nos ha traído este tiempo tan extraño. Disfrutar del sol y el mar con la mesura necesaria atenuará por mucho los efectos perniciosos de la enfermedad y nos llenará de optimismo y positividad. Ser comprensivo con los demás, ante tantos malentendidos que se han producido debido a esta nueva forma de relacionarnos a distancia, puede ayudar a liberarnos de cierto estrés que nos baja las defensas y nos hace propensos a la infección. Atender a los niños, que recordarán esta sucesión de fases como una película de ciencia ficción y que necesitan mucha comprensión para afrontarlo, nos hará sentirnos más humanos y portadores de sentido común para las futuras generaciones.

También existen otras acciones más globales como aprender a vivir sin tanto plástico o a usar menos el coche como gestos de decrecimiento necesario para combatir la deriva de consumo que nos lleva a un pozo de destrucción sin retorno. Respetar la diversidad animal como escudo antivírico que nos proteja de futuras pandemias que corremos el grave riesgo de padecer. Rechazar el odio que se genera por doquier en diferentes partes del mundo y que nos insensibiliza sin darnos cuenta del sufrimiento ajeno. Ser tolerantes, luchar contra el racismo que se expande como la peor plaga posible, saber que todos venimos del mestizaje y somos migrantes por naturaleza, sin creernos en posesión de ninguna verdad absoluta o en el derecho sobre ningún territorio o credo moral por el simple hecho de tener un determinado color de piel o haber nacido en un determinado lugar. Minimizar la pobreza que estos días afecta con mayor virulencia a los más desfavorecidos demandando toda nuestra solidaridad y ayuda desinteresada. Ser firmes contra la violencia de género en momentos donde se han vivido verdaderos dramas en el interior de muchos hogares sin la posibilidad de escapatoria. Denunciar cualquier atisbo de maltrato o abuso infantil del que tengamos conocimiento sin importar las consecuencias inmediatas que ello pueda tener para proteger el futuro de los más indefensos. Ser capaces, en definitiva, de combatir esos otros virus que nos merodean y que no tienen porqué tener forma circular con sarpullidos verdes en su superficie, pues a la humanidad le asuelan otros muchos males igual de mortíferos y amenazantes para el futuro, donde cada uno de nosotros siempre tiene algo que decir al respecto. Actuar por la paz, el respeto, la diversidad, la salud, el medio ambiente y la igualdad por encima de cualquier otra cosa, siendo dignos habitantes de este mundo que tantas veces maltratamos y que aún nos sigue dando otra oportunidad.