"Por favor, por favor, por favor, por favor. No puedo respirar. Por favor, no puedo respirar. Por favor, hombre. Por favor, alguien. Por favor, hombre, no puedo respirar. No puedo respirar. Por favor, por favor, hombre, no puede respirar. Mi cara. Solo levanta. No puedo respirar. Por favor, no puedo respirar, mierda. Mamá, mamá, mamá, mamá. No puedo. Mis rodillas. Me muero. Me muero. Soy claustrofóbico. Me duele el estómago. Me duele el cuello. Todo duele. Un poco de agua o algo. Por favor, por favor, por favor, por favor. No puedo respirar. Oficial, no me mates. Me vas a matar, hombre. Vamos, hombre. No puedo respirar. No puedo respirar. Me vais a matar. Me vais a matar. No puedo respirar. No puedo respirar. Por favor, señor. Por favor, por favor, por favor, por favor. No puedo respirar".

Durante 8 minutos y 46 segundos, aunque no ofrecía resistencia, aunque estaba boca abajo y esposado, el oficial de policía de Minneapolis, Derek Chauvin tuvo su rodilla presionando el cuello de George Floyd. Los oficiales J. Alexander Kueng y Thomas Lane presionaban su pecho y sus piernas. Se mantuvieron incluso durante los 2 minutos y 53 segundos después de que Floyd perdiera el conocimiento. Kueng sugirió dos veces que quizá deberían ponerle de lado, pero Chauvin respondió que no. Los viandantes que grababan la escena gritaban que le estaba matando, que le tomara el pulso. Lo hizo. No tenía. Pero Chauvin no se levantó hasta que llegó la ambulancia y se lo pidieron los sanitarios. La autopsia encargada por la familia indica que falleció por asfixia, contradiciendo la versión de las autoridades que «no veía hallazgos que respaldaran la 'teoría' de asfixia traumática o estrangulamiento» y daba como causa de la muerte «enfermedades coronarias, hipertensión y el uso de sustancias que provocaron una intoxicación».

De no ser por esas grabaciones que duelen sin fronteras, la muerte de George Floyd sería apenas otra archivada en la larga lista de abusos de poder que suceden en el país. Según el portal mappingpoliceviolence.org, 1099 homicidios a manos de la policía estadounidense solo en 2019. El 24% de ellos eran negros a pesar de representar apenas un 13% de la población. Las cifras muestran que tienes tres veces más posibilidades de morir a manos de la policía si eres negro. Desde que tienen estadísticas, en 2013, el 99% de estas muertes se han archivado sin la imputación de un solo policía. Del 1% restante, solo 1 de cada 4 ha acabado en prisión.

Y en esta gota que ha colmado el vaso, Floyd se ha convertido en el emblema por el que ciudadanos de todo el mundo han salido a reclamar que ya basta de racismo, xenofobia y aporofobia; de una injusticia que va mucho más allá de las esferas policiales. Estados Unidos se ha erigido número uno en muertes por coronavirus, pero las cifras también son un reflejo de la injusticia social. Las más dramáticas en estados como Chicago o Lousiana, con un 30% de población negra que representa, sin embargo, un 70% de las muertes. No mueren por negros. Mueren por pobres. El Covid-19 ha resultado fuego en la gasolina de no poder costearse los seguros médicos. Incendiario, como el propio presidente de la Nación, Donald Trump, decidido a 'resolver el problema' de las protestas sacando al ejército. Sus provocaciones xenófobas son harto conocidas y, para nuestra desgracia, repetidas entre quienes le tienen como modelo: «Los inmigrantes están detrás de la delincuencia y las violaciones». Quienes saben que son más víctimas que verdugos, les responden: «No podemos respirar».

Pero antes de pensar que la vulneración de los Derechos Humanos made in America queda muy lejos, urge hacer examen de conciencia y revisar los vestigios de prejuicios que colean entre nosotros. Urge mirar, por ejemplo, a las mujeres víctimas de trata que llenan a millares nuestros prostíbulos, o las condiciones de los temporeros que Philip Alston, el relator de Extrema Pobreza y Derechos Humanos de la ONU describía en febrero: «Como animales. A kilómetros de distancia de agua, sin electricidad. Muchos han vivido allí durante años y pueden pagar el alquiler, pero nadie los acepta como inquilinos». Da fe de ello el futbolista del Mónaco, Keita Baldés. El catalán hijo de senegaleses, al conocer las condiciones de los temporeros en Lleida, se ofreció a pagar el alojamiento a 200 durante toda la temporada. Sin embargo, ni pagando anticipadamente ha logrado hoteles que quieran alojarlos y finalmente ha alquilado un edifico que está habilitando para acogerlos. Del otro lado de los discursos de odio, nos encontramos el suyo: «Si solo una persona está ayudando a 200 jornaleros con comida, un hogar y ropa, imaginad qué podríamos crear y qué podríamos dar a los ciudadanos si nos juntáramos cinco». Yo os lo digo: podrían respirar. Como podría respirar George Floyd. 8 minutos y 46 segundos en los que advirtió hasta en dieciséis ocasiones de que no podía respirar. Y, finalmente, dejó de hacerlo.

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