Solo con antiguas fotografías se sabe lo bella que era la hoy maltrecha bahía de Sant Antoni, y esta es una de las pocas ocasiones en que el refrán chino «una imagen vale más que mil palabras» tiene sentido. Escribo 'pocas' porque si fuera cierto Adolf Hitler y Fidel Castro hubieran proyectado imágenes en vez de discursos abyectos. Allí, en la bahía, se abrió la primera discoteca de la isla, Play Boy (1963). Lo hizo el ibicenco Pepe Roselló que, me contó un día, compraba discos en Londres y los hacía sonar a horas clandestinas porque la música extranjera estaba prohibida. Es también el fundador de Space, el after de referencia de clubbers que ladean las caderas y alzan un brazo señalando al cosmos de los dioses químicos. Allí comenzó mi historia de hoy.

Quise, para escribir un artículo, pasar unas horas en el acceso vip del after junto al portero. Albañil de profesión y con muy buen aspecto, aquel era su primer día de trabajo extra y lo hacía para pagar la reparación de su moto de 6 cilindros. Los que por allí entraban llevaban una pulsera roja que significaba barra libre, con rondada y haciendo el pino. Las propuestas que aquel chico recibió a cambio de una pulsera fueron de lo más variadas: te la chupo, dejo que me la chupes, follamos en el baño, hazme lo que quieras, te cambio la pulsera por 10 pastillas, me atas y me dejo? El chico de pronto me dijo:

-No sé si aguantaré esto todo el verano.

-¿El acoso o las propuestas?, pregunté

Cuando finalmente entré con la pulsera mágica, en algún momento quise ser Gurb*, transformarme en mosca y huir, porque pensé que me cortarían la mano para quitarme de la muñeca la patente de Corso.

Al salir me despedí del portero, que charlaba con una espectacular rubia apenas vestida. Escribí mi reportaje acerca del poder que puede llegar a tener un portero de discoteca y sus posibilidades de sexo rápido.

Un mes después fui a comer a Ses Boques, en es Cubells. Me gusta ese lugar por la amabilidad de Lourdes, la propietaria, por la cocina y porque es fácil acceder al mar por la escalerilla y nadar sin obstáculos.

Apenas había gente, mi mesa y otra de ibicencos. Llegaron el albañil-portero y la rubia guapa cogidos de la mano para llenar la cuarta mesa. Él no estaba por la labor de reconocerme, una suerte que me dio ventaja para observar. Aquella era una pareja haciendo el amor sin tocarse apenas, un encuentro sexual en toda regla, con algún roce de manos, pies en la sombra, sonrisas abiertas y muchos susurros frente a frente. Él se removía inquieto en su silla, ella cerraba los ojos como se cierran cuando hay un suspiro contenido por obligación, y yo imaginé lo mágicos que tenían que ser los pies de 'mi' portero y sentí que aquel momento también era mío y éramos tres. Hubo empate, aquella vez si, entre imágenes y palabras.

Apenas probaron la comida y se fueron. Al marcharme, vi una moto de 6 cilindros aparcada bajo una sabina.

*Gurb, marciano transformista

en 'Sin noticias de Gurb',

de Eduardo Mendoza.