Banderas de nuestros padres' es uno de los dos títulos con los que Clint Eastwood abordó la batalla de Iwo Jima durante la II Guerra Mundial. La película retrata la cruenta batalla que pasara a la historia, no solamente porque se saldara con más de 20.000 bajas estadounidenses y otras tantas japonesas, sino también por una fotografía: seis marines inmortalizando el momento en que el glorioso ejército estadounidense alcanza la cima del monte Suribachi y alza la bandera de barras y estrellas. La imagen, tomada por el periodista Joe Rosenthal, le valió un Pulitzer y también sirvió de modelo para esculpir el monumento del Memorial de Guerra del Cuerpo de Marines. Todo sería loable de no tratarse de una manipulación histórica. Los estadounidenses, efectivamente, subieron a lo alto de la 'isla del azufre', en la que no había más vida -la composición de la tierra apenas permite la existencia de plantas y animales- que los soldados nipones llevados a una muerte casi segura y las ratas que tuvieron la desgracia de colarse en los barcos que los transportaban y acabaron sirviendo de comida a ambos bandos, pero, al parecer, un político encaprichado ordenó recuperar la bandera para que se la enviaran como trofeo que lucir en su despacho. Además, el fotógrafo -punto que este siempre ha negado-, se había perdido registrar el momento. Así, mientras sus compañeros morían a centenares, seis soldados cumplieron una nueva misión: posar clavando otra bandera. La imagen convertida en portada eclipsó por un tiempo las bajas y la quiebra del país en un momento donde los méritos -bélicos y políticos- escaseaban. Viendo el filón, los soldados salvaron la vida al ser obligados a volver para desfilar durante meses en un circo de mercadotecnia destinado a vender bonos de guerra. Estado a estado, fueron aclamados cómo héroes, no por salvar vidas o ayudar a terminar una guerra, sino por alzar una bandera. Eran tres hombres; los otros habían muerto y posteriormente se descubrió que uno de los actores de la gira ni siquiera salía en la foto, pero se parecía y eso bastaba.

Y aunque pareciera que esta historia nos pilla lejos, geográfica y temporalmente, este cuento de mira la foto y mira la bandera se empeña en repetirse, no importa cuál sea la guerra que los ciudadanos de a pie estemos librando.

Hace poco vimos las imágenes de Angela Merkel en un acto de su partido, arrebatando una bandera de Alemania a uno de sus colegas. La canciller se la arranca de la mano con un gesto de reprimenda y es que, en el país reconstruido sobre latentes vergüenzas nacionales, se considera ilícito el uso partidista de sus símbolos. Lo que sucede es que en España también. El Real Decreto 2749/1978 fue tajante: «Se prohíbe a los partidos políticos, sindicatos, asociaciones o entidades privadas de toda índole la utilización de la bandera de España o de sus colores», así como en «manifestaciones, concentraciones y, en general, en toda clase de actos públicos, queda prohibida la profusión de banderas de España, pudiendo exhibirse, no obstante, previa autorización del gobernador civil, una sola bandera de España». Y no, no se trataba de falta de orgullo patrio sino de «evitar que la bandera de España sea utilizada con fines partidistas y se asegure la máxima dignidad de su carácter». La Ley 39/1981, actualizando a la anterior prohíbe «la utilización en la bandera de España de cualesquiera símbolos o siglas de partidos políticos, sindicatos, asociaciones o entidades privadas» a la vez que señala que la bandera de España «representa los valores superiores expresados en la Constitución» que, recuerdo, son: «la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político».

De hecho hay dos cambios destacables en la mención a la bandera dentro de la Constitución y son el color: de 'gualda' a 'amarillo' -a petición del 'senador real', Camilo José Cela-, y el reemplazo de toda nomenclatura 'nacional' a 'bandera de España' tras una dictadura vestida de exaltación de los símbolos nacionales. Recordemos que el golpe franquista se autodenominó 'Alzamiento Nacional' o la Guerra Civil 'Cruzada Nacional'. En aquel caldo de cultivo, alejar la bandera de las distintas ideologías parecía la única manera de evitar que lo que es un elemento de integración, volviera a pervertirse a manos de quien en lugar de declarar guerras en nombre propio, se envuelve en las banderas de nuestros padres. La misma que hemos de legar a nuestros hijos intacta: símbolo de la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político de España.

Aquella campaña de Iwo Jima fue todo un éxito: tres títeres lograron que el mundo se volviera hacia una bandera y hasta donaran 26,3 mil millones de dólares para seguir combatiendo a «los otros». En cambio, el autor de la fotografía, Rosenthal, apenas ganó los mil dólares del premio. Dijo que no le importaba ni la foto ni la bandera. Él se conformaba, ya veis, con haber salido vivo de la guerra.

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