Nunca se le había resistido una mujer, pero tenía que trazar una estrategia inteligente porque aquella chica, la tal Paula, no iba a ser fácil. Iba muy sobrada y no respondía a ninguno de los cánones femeninos que él tenía archivados. Además, a un veneciano no se le desprecia. ¿Dónde se había visto que después de hacerle el amor no enloqueciera por repetir? La invitaría a la fiesta de Les Terrasses, le demostraría que era alguien y la vería tendida a sus pies. ¡As usual!

Giancarlo había llegado a Ibiza tres años antes con una licenciatura de Ingeniería Industrial que no pensaba utilizar, un diagnóstico de bipolaridad y dos perros carlinos, la raza que los zares colocaban en la librería y permanecían estáticos, moviendo solamente la cabeza cuando alguien atravesaba la estancia. Uno se llamaba 12, la hembra, y el otro 13, el macho. Se compró una casa a medio construir en Roca Llisa y acabarla le costó casi el doble de lo que había pagado por ella. No era importante, le sobraba el dinero. Pronto se dio cuenta de lo poco que le gustaban sus vecinos. Uno tenía una especie de minarete, otro era un tipo violento y su esposa usaba siempre gafas, hasta de noche. También había una pareja de chicas con dos galgos afganos que cada día al pasar alteraban con su orgulloso trote el ego de 12 y 13, que apenas podían dar pequeños saltitos sobre sí mismos.

Paula me llamó una tarde de julio para decirme que el italiano -yo se lo había presentado- la había invitado a una fiesta:

-Es un plasta que solo habla de sí mismo, de su bipolaridad y de su ex, a la que dice odiar profundamente. Tiene narices que me lo diga después de un polvo y con los carlinos mirando igual que me mira él. ¿Te puedes imaginar a un tipo a tu lado, post eyaculación, porque lo de mi orgasmo lo dejamos para otro día, hablando de su ex con un ojo para Sant Josep y otro para Jesús? Porque algunos se quedan así, y con un pie para cada lado.

Aceptó la invitación porque Les Terrasses le parecía un lugar delicioso por sus sombras, las palmeras, la piscina larga y estrecha, la piedra gris, los muebles decapados, todo de una exquisita decadencia. Al día siguiente me contó:

-¡Infumable! Fuimos a la fiesta en su coche, me presentó a Françoise, la propietaria, y ya no me pudo presentar a nadie más porque yo conocía a casi todos los invitados. Se molestó por eso, entró en su particular bucle bipolar y a partir de ese momento se comportó como si hubiera ido solo a la fiesta. En algún momento se marchó, así es que unos amigos tuvieron que acompañarme a casa. Menudo perla me has pasado, y, además, camina igual que sus perros, a 'brinquitos'.

Cierto, yo le había hecho un pase cuando también a mí me contó cuánto odiaba a su ex pero después de un café, no de un polvo. La siguiente llamada fue de él:

-Tu amiga es una impresentable. La invité ayer a una fiesta, y como no conocía a nadie se pegó a mí toda la noche, hasta que logré escaparme. Al llegar a casa me di cuenta de que habíamos ido en mi coche y como soy un caballero volví a por ella y había tenido la caradura de irse con otro.

¡Versiones!