Ya es oficial: nos han robado el mes de abril, aquel que guardábamos en el cajón donde guardamos el corazón y, entre la ropa de primavera verano, un montón de proyectos, tan o más grandes que abriles anteriores y una temporada prometedora de la que, no lo dude nadie, también íbamos a acabar quejándonos. Lo creo con la misma certeza con la que creo que, dentro de no tanto, muchos habremos olvidado todo esto. No, por supuesto, quienes perdieron a alguien, que fueron y serán aún, muchísimos. Cualquier cifra por encima de cero me parecieron siempre demasiados. Pero al resto de los mortales de a pie; es decir: los vivos, el eco del año aquel que nos robaron el mes de abril, apenas nos hará poso y estaremos, más pronto que tarde con la cantinela de que si mal la temporada, que si llueve en Semana Santa; que si no encontramos aparcamiento, o mesa en una terraza con estos putos guiris que invaden todo; que si mira esos niños salpicando en la playa, seguro que sus padres están tomándose una cerveza en el chiringuito y ahí los dejan, tan alegremente y, que si los de la limpieza, o los sanitarios, o el personal de las residencias, otra vez en huelga y se amontonan las bolsas de basura y los pacientes en las listas de espera, a ver qué querrán ahora.

Tengo una amiga de esas piradas de caminar. Le encanta caminar, qué se le va a hacer y, una vez que vino de visita cuando yo andaba por Atenas, olvídate del transporte público, recorríamos la ciudad, además, como si nos estuvieran persiguiendo. Que no había prisa, que no había necesidad. La cuestión es que, a mi amiga la afición le vino de repente. Una vez que vio en televisión a todos esos otros pirados disfrazados corriendo la San Silvestre Vallecana (10 kilómetros la mismísima tarde del 31 de diciembre con todo el trabajo que hay en la cocina, vamos hombre y, además, disfrazados) y un reportero iba preguntando por qué estaban ahí (vestidos de pollo en lugar de pelando langostinos, por ejemplo) y uno de ellos contestó: «Porque puedo», «¿Cómo 'porque puedo'?» Repitió atónito el reportero como habría hecho yo. «Sí, es que hay mucha gente que no puede correr, ni caminar y yo sí puedo, así que, ¡corro!». Ese insensato ni sospecha que la ola expansiva de aquel mensaje alcanzó a mi amiga mientras andaba con el delantal puesto en Madrid una nochevieja, pero acabó, con el tiempo, llegando hasta el barrio de Monastiraki. Esa era su motivación y también, su perspectiva.

Porque hay algo mucho más grave que perder abril y será que perdamos la perspectiva. Hemos tenido un ejemplo reciente de la importancia de la perspectiva, pero también del peligro que entraña la manipulación -propia o ajena y en este caso, además, muy malintencionada- en las primeras imágenes de salidas de niños con aglomeraciones. Salvo contadas excepciones, han resultado ser solo la estratagema setecientos treinta y dos para sembrar miedo y odio ¡contra quien sea! Que aquí la víctima de la pedrada nos da igual mientras sigan lloviendo piedras: contra los padres, contra los niños, ¡qué más dará! Pero las aglomeraciones no eran tales, sino un truco óptico torticero del teleobjetivo que fotografiaba y nos hacía ver a tamaños parecidos, con la apariencia de juntos, a individuos que, en la realidad, guardaban distancia.

Aunque la verdadera trampa estaba, que no lo dude nadie, no en hacer que miráramos aquí o allá, sino en que todos volviéramos a mirarnos el ombligo: «Y yo qué, eh», «Por vuestra culpa me tienen prisionero en casa». Cuando todo esto nunca fue, o apenas no, de poner nuestro ombligo a la sombra, sino de proteger a los más vulnerables. Esa es mi motivación, esa es mi perspectiva y ojalá se quede conmigo cuando aflojen las fuerzas y resuenen más alto los gritos de capitanes a posteriori que las voces de los niños y los abuelos que vuelven a llenar las plazas. Nos quedarán -qué suerte-, infinitos abriles por delante, gracias a nuestro presente y -arremanguémonos-, también futuro esfuerzo colectivo. Abriles para nosotros y para muchos otros que no estarían aquí para contarlo y, ni lo sospechan, como un atleta disfrazado de pollo no sospecha que, aunque quizá llegara el último en una maratón, hizo algo mucho más importante: le insufló una pasión a mi amiga, un motivo. Una fuerza que no sabía que tenía y ahí perdura.

Y, ahora, que estamos a punto de pisar las calles nuevamente, de prepararnos para la difícil tarea de reconstruir y reinventar, creo que, albergar un poco de esta perspectiva del «por qué, para qué, para quiénes», nos puede mantener, dentro de esta abrupta carrera de obstáculos que nos espera, para recordar, por ejemplo, cuando acechen los números rojos, cuando moleste un niño en la playa, un guiri plantado en nuestra mesa favorita de la terraza, o el aplazamiento de una visita médica porque el personal sanitario reclama que se mejoren sus condiciones de trabajo, que nadie nos robó el mes de abril? sino que lo regalamos.

@otropostdata