Una vez nos hemos ido acostumbrando a la cifra diaria de contagios, muertos y curados del coronavirus, y a un confinamiento sin fecha segura para su finalización, empiezan a abrirse camino los escenarios del día después, las consecuencias sanitarias, económicas, laborales y sociales de esta durísima pandemia. Y en estos análisis, parece claro que será inevitable mantener las restricciones al movimiento de personas en España, tanto los movimientos interiores como los que procedan del exterior. El turismo se presenta, por tanto, como la actividad económica que probablemente resulte más afectada por esta crisis a largo plazo. Balears debe prepararse para afrontar no solo la paralización total de su principal motor económico, sino para que su reactivación vaya ser gradual y lenta, al menos hasta que se encuentre una vacuna eficaz contra el Covid-19 que pueda administrarse masivamente a la población mundial.

La ministra de Turismo, Reyes Maroto, solo se ha aventurado a hablar de una «progresiva recuperación» del turismo, a sabiendas de que la conciliación entre las cautelas sanitarias para evitar un repunte de pandemia, una vez superada la famosa punta de la curva, serán difícilmente compatibles con una reapertura total de las fronteras. Balears no podrá dejar entrar a los millones de turistas que nos visitan cada año en temporada alta ni quizá tampoco estos turistas tengan posibilidades de tomarse esas vacaciones, según cuál sea la situación sanitaria y económica de sus países. La normalidad en el día a día de las islas, basada esencialmente en atender al turismo, desde el más pequeño comercio o el bar de un pueblo del interior a las zonas costeras pobladas de hoteles, quedará truncada.

Es lógica la preocupación de la presidenta Francina Armengol y el conseller del ramo, Iago Negueruela, por esta situación. Armengol está transmitiendo a los representantes económicos y sociales, con los que se reúne periódicamente, que la salida será muy complicada. Todos los interlocutores tienen en mente la última crisis económica de 2008, pero esta vez será peor, porque los países emisores del turismo también estarán afectados y por las previsibles restricciones a la libre circulación de personas.

Las soluciones pasan, según los expertos, por que las decisiones económicas y sociales que se adoptan durante la pandemia para contenerla y combatirla tengan en cuenta estas previsiones para el futuro. Las reservas para julio y agosto en Mallorca están en un 20 por ciento de lo habitual, según el director de la Fundación Impulsa, Antoni Riera. En el caso de las Pitiusas, no han trascendido datos por parte de la Federación Hotelera ni de los consells de Ibiza y Formentera, pero el panorama no es mejor. No obstante, la incertidumbre respecto a la temporada turística es absoluta, por lo que las cifras de reservas que pueda haber hoy tampoco son unos indicadores definitivos, porque variarán a la baja o al alza en función de cómo evolucione el control de la pandemia del coronavirus, no solo en España, sino en el resto de Europa, que es donde están los principales mercados emisores de Ibiza y Formentera. Y dependerá especialmente de la rapidez con la que se encuentre una vacuna que pueda llegar a toda la población.

No hay que perderse en el debate sobre si esta temporada está o no perdida, sino que lo importante es ahora centrar los esfuerzos en los potenciales clientes, el mercado interno de las islas o el nacional, y ya para el tramo final del verano, finales de agosto y septiembre. Entre la parálisis total y la mejor adaptación a la cruda realidad, esta última es la única opción aconsejable.

Las ayudas económicas para que los empresarios y trabajadores de las islas atraviesen esta dura travesía del desierto son imprescindibles. Es una obligación de las instituciones, cada una en su ámbito de actuación y competencias, proporcionar un colchón que permita a los dueños de los negocios no arruinarse y poder capear estos meses duros, de forma que se puedan plantear la reapertura más adelante, y por tanto mantener a los trabajadores o contratarlos. Las instituciones también deben velar por que los ciudadanos que se han quedado sin ingresos de la noche a la mañana puedan hacer frente a sus gastos mínimos de subsistencia. De lo que se trata es de aguantar las semanas duras de confinamiento, y las que se sucederán después, cuando se haya logrado reducir la propagación del virus y comiencen de forma progresiva las medidas de vuelta a una relativa normalidad -que no será la de antes de la cuarentena-.

Hay que sobrevivir, para llegar al otro lado con fuerzas. Al mismo tiempo, el sector turístico y las administraciones central y autonómica deben trabajar juntos para que Balears y España recuperen en el nuevo escenario su liderazgo como destino turístico, sostenible medioambientalmente y seguro desde el punto de vista sanitario. Habrá que diseñar una estrategia para que las islas sigan siendo competitivas y sus millones de clientes fieles vuelvan a disfrutar de ellas. Será también una oportunidad para relanzar otros sectores productivos, ligados al consumo de proximidad o a la innovación, para diversificar en lo posible una economía balear tan dependiente de la actividad turística. Pero esto será en cualquier caso complementario: porque si no se recupera el turismo en Eivissa y Formentera, no se recuperará su economía.

DIARIO de IBIZA