Creo que no hablaba por teléfono a diario con mi madre desde que me independicé de la casa familiar, hace más de treinta años. Esta semana hicimos la primera videollamada: «Quítate esas barbas», fue lo primero que me dijo. Una madre es una madre. Si para algo han servido el coronavirus, el estado de alarma y el confinamiento ha sido para acercarnos a las personas que más queremos, la familia, los viejos amigos a los que vemos o llamamos de pascuas a ramos o incluso a aquéllos a los que hacía tiempo de los que apenas sabíamos nada. En los últimos días todos nos hemos llamado o mensajeado con gente y muchos nos hemos bajado todas las app posibles de videollamadas en grupo. A través de ellas mi madre me ha regañado por mi aspecto de náufrago, mis hijos me han dicho cuánto me echan de menos, Maite me ha contado que no ha podido ni velar ni acompañar a incinerar a su madre ni comprarle un regalo a su niña por el cumpleaños, Gabi que tiene que pagar los autónomos y lleva semanas sin facturar y que no puede ver a su madre, ingresada en una residencia, David que está a punto de cerrar la empresa, mi hermana que está viviendo días durísimos en el hospital del pueblo, Manolo y Davidín que sus hospitales, en la zona cero madrileña, están en situación de guerra... malas noticias. Pero también nos hemos tomado una cerveza juntos ocho colegas de-toda-la-vida en cinco lugares distintos del mundo, hemos hablado del tiempo, de cocina, de música, de cualquier cosa... Las videollamadas han sido la luz en la oscuridad coronavírica. «Te quiero, te quiero, te quiero». La Encarna entra en bucle antes de colgar. Y yo a ti, mami. # yomequedoencasa