Llegar a casa con el flequillo pegado en sudor ya era una prueba de cómo te lo habías pasado en el colegio. Y es que, aparte del rollo aquel de las matemáticas, de tener que esquivar alguna bofetada del cura, que 'algo habrás hecho', te espetaban en casa, así que no te quejabas más para no recibir dos, el colegio era el lugar de juegos. Para empezar, a clase ibas caminando, o pedaleando a toda velocidad, como si fueras Elliot a punto de despegar del suelo, lo que, en lugar de llevar a ET envuelto en una toalla, en la cesta los deberes compartían espacio con un bocadillo de mortadela con aceitunas envuelto en papel de plata (que sonaba mucho más guay que 'de aluminio', dónde vamos a parar) y el uniforme de balonmano (siempre azul), o el maillot (siempre negro) si tocaba gimnasia rítmica.

Y para entrar al colegio, en lugar de esperar haciendo fila, el hormiguero de niños se desordenaba por todo el patio, jugando a infinitas rayuelas mal pintadas en tiza, a la goma elástica, a las canicas que te quedabas del contrincante como trofeo y no había mayor hazaña que una bolsa bien llena haciendo clic clic de las bolas de cristal que guardaban el universo dentro. Sonaba el timbre y corríamos escaleras arriba, cada uno a su pupitre y saludábamos con una colleja al compañero de delante. ¡Las niñas no! Que, salvo alguna asilvestrada, éramos siempre un puntito más amables. Y sonaba el timbre del recreo y con el bocadillo en una mano, pero jugabas a fútbol y las piedras seguían esperando donde las dejamos en la rayuela, y en los senderos tenías que ir esquivando hula hopps, y monopatines, y grupos de niños, pero sobre todo, niñas, que saltaban a la comba mientras cantaban: «Al pasar la barca me dijo el barquero: 'Las niñas bonitas no pagan dinero'. 'Yo no soy bonita ni lo quiero ser, las niñas bonitas se echan a perder'. Al pasar la barca me volvió a decir: 'Las niñas bonitas no pagan aquí'». También había otros juegos, como la montaña rusa en el que te encorvabas, apoyándote sobre el de delante, y el equipo contrario, que solía contener verdaderos mastodontes, saltaba con toda su mala baba para caer sentados sobre tu espalda. Ya intuíamos que aquello sano no podía ser y los maestros lo acabaron prohibiendo tras varios descalabros. Una cosa era un bofetón del cura y otra acabar lisiado por el bruto de octavo.

Pues ahora que la Organización Mundial de la Salud ha publicado un estudio sobre práctica de ejercicio físico, los datos revelan, ya veis, que cuatro de cada cinco niños en el mundo son sedentarios. Esto queda mucho más claro dicho al revés: solo uno de cada cinco; el 22% de entre 11 y 17 años a nivel mundial, realiza la hora diaria de actividad mínima aconsejada para garantizar la salud presente, pero también futura. Las enfermedades asociadas a esta inactividad física son el principal problema de salud pública en la mayoría de los países del mundo. Es aún peor en el caso de las niñas, donde solo el 15% cumple estos mínimos. Las razones son terribles, pero en absoluto nuevas: los padres prefieren no preocuparse por la seguridad de la niña cuando está fuera, o si va caminando, o en bicicleta en el trayecto a clase. En España, solo el 30% de los niños aprueba. Un 16%, las niñas. A nadie le extrañarán las cifras paralelas de otro estudio, 'Familias hiperconectadas: el nuevo panorama de aprendices y nativos digitales', elaborado por Qustodio, que muestra que los adolescentes españoles de entre 12 y 17 años pasan una media de 1.058 horas al año conectados a internet; cuatro horas más del tiempo que pasan en clase. Les siguen muy de cerca los niños entre 5 y 11 años con 711 horas conectados. Es decir: tan solo 80 horas menos de las que dedican a la escuela. Sin embargo, sería injusto maldecir a los móviles. Lo que ahora son móviles, antes eran otras cosas. Los verdaderos responsables son padres sin tiempo y la falta de espacios al aire libre y seguros cerca de las casas.

Pero sí se suma a los efectos de la falta de ejercicio, el terrible impacto que estar 'conectado' tiene en el desarrollo cognitivo y social. Tanto es así que los trabajadores del mismísimo Silicon Valley han llamado la atención al vetar a sus hijos la tecnología que ellos mismos diseñan. El contacto humano es el nuevo lujo. Mientras los hijos de las élites se crían entre lápices y juguetes de madera, las clases bajas lo hacen frente a una pantalla.

Pues bien, otro que ha optado por tomarse muy en serio el juego en los niños ha sido el gobierno francés que ha anunciado esta semana la implantación de media hora de actividad diaria en las escuelas. Expertos en deporte y sanidad asesoran a los profesores, impulsando actividades que eviten que los niños se queden quietos en las pausas entre clases y el recreo. ¿Y en qué consiste el método innovador? ¡Exactamente! A través de la recuperación de 'juegos de antaño': jugar a la rayuela, saltar a la goma elástica o a la comba.

@otropostdata