«¡Que le den agua a ese hombre!». Estamos en las Urgencias de Can Misses y quien se desgañita desde la entrada de una de las zonas de boxes lleva una bata blanca ergo es un médico. Ni se acerca a los enfermos y el gesto con el que acompaña su berrido, un barrido amplio con el brazo, abarca varias de las camas. Los familiares que acompañan a los pacientes se miran unos a otros. Desconcertados. No saben cuál de sus seres queridos es el «hombre» que debe tomar agua. Todos miran a la enfermera que en ese momento se encuentra en la sala, sentada detrás de un ordenador. Ésta, imitando los modales del médico, también grita: «¡Que le den agua!». Eso sí, mira directamente a uno de los pacientes, lo que permite, al menos, descifrar a quién se dirigía el galeno. Los familiares, que llevan toda la jornada esperando que alguien les explique qué le pasa su querido enfermo, se acercan y le preguntan si ya saben qué tiene. Tras soltar otro grito (más blasfemo que explicativo, por cierto), levanta un teléfono para avisar al servicio de seguridad. Es lo que deseamos todas las personas que tenemos a alguien mayor y enfermo en Urgencias, que en vez de explicarnos qué está pasando, qué dicen las pruebas y qué se puede hacer para salvar a esa persona tan querida, nos ignoren durante todo el día, nos griten sin habernos siquiera saludado y avisen a seguridad. ¿Humani... qué?