El periódico siempre ha sido un artículo asequible. Un periódico ha costado siempre más o menos lo mismo que un café, un precio que casi todos podemos pagar aunque por lo visto cada vez menos gente está dispuesta a hacerlo.

Seguramente por eso en Alaska están vendiendo un periódico local por la poco razonable suma de cero dólares. Debo reconocer que me ha dolido, que me ha lastimado saber que un periódico, finalmente, no valga nada.

Yo me he dejado la vida en los periódicos. Es lo que más me ha gustado hacer. Más que mis versos, más que mis novelas, a mí me ha gustado hacer periódicos, contar la historia de las últimas veinticuatro horas del mundo en un papel volandero que muere y resucita a diario (como la rosa del poema, el periódico vive mientras muere) y hacerlo cada día, todos los días, siempre con la misma pasión del día primero.

Yo he hecho de todo en los periódicos. Aprendí el oficio de abajo arriba, que es como se aprenden de verdad los oficios. Llegué de «meritorio» y corté muchos teletipos y también los corregí, y a partir de ahí creo haber hecho prácticamente de todo. Entrevistas, reportajes, noticias, breves? Hasta el horóscopo alguna vez. Y como unas nueve mil columnas, si no llevo mal la cuenta.

Ahora, dentro de un mes o así, hará treinta y tres años que me transustancio en tinta para llegar a usted, que acaso tome el café ahora mismo y se ha detenido a leerme, y de vez en cuando mira a la mañana y piensa. Debe saber que yo también pienso mucho en usted, que siempre pienso en usted cuando escribo, y siempre lo hago con la carga de la responsabilidad. Quien compra un periódico y se dispone a leerlo ya da muestras de una gran personalidad, y hay que tratar de no engañarlo, sobre todo porque es bueno ser agradecidos y gracias a su gesto algunos hemos podido vivir de escribir, eso tan literario y casi siempre tal difícil.

Yo creo firmemente en esto, en que se puede escribir una página, una columna, un suelto, con alguna gracia, con algún talento, y conseguir que alguien te lea, y aunque rara vez me he sentido realmente satisfecho con lo que escribo, siempre he tratado de dar lo que tenía, de que ni por cansancio ni por prisas ni por hastío lo que le ofrezco esté por debajo de lo que puedo ofrecer. Nunca seré Umbral, ni Alcántara, ni Camba, pero trato de ser, siempre, el mejor yo posible, y me he dejado la vida en ello. Al fin y al cabo, como siempre me decía mi maestro Manolo, en algún lado hay que dejársela, y quizás, después de todo, siga mereciendo la pena, cueste lo que cueste.