Liza Minnelli y Joel Gray cantaban en 'Cabaret' que «el dinero hace el mundo girar, el mundo girar, el mundo girar», pero mi parte favorita era -onomatopeya incluida- «¡Una pedorreta a ser pobre, prrr!». Y Sabina en la voz de Ana Belén nos llevaba de recorrido por Madrid cantando la historia de aquel fugado de Ciempozuelos que «llegó con su espada de madera y zapatos de payaso a comerse la ciudad, compró suerte en doña Manolita y al pasar por la Cibeles quiso sacarla a bailar un vals, como dos enamorados y dormirse acurrucados a la sombra de un león». Me acuerdo de aquel loco cada vez que cruzo la larga cola que, llueva o truene, rodea desde hace meses a la popular administración.

Y mañana, un puñado de nuevos ricos brindarán a las puertas de administraciones muy parecidas con champán «del malo» „y además, a temperatura ambiente, cada vez que los veo me pongo mala yo„, entre lágrimas de emoción porque el azar y el dinero apostado (que nunca invertido) se convertirán en la soñada sonada pedorreta o, lo que es lo mismo: ganarán la Lotería de Navidad.

Siglos ha, terminada una guerra tenía lugar una subasta en la que a cada soldado le tocaba una porción de la tierra ganada en la que construiría su casa (humilde si era soldado raso o un castillo si era general). Al morir, este terreno se repartía entre los hijos en unos 'lotes' o porciones iguales que obviamente, no lo eran en absoluto: a algún lote le pertenecía la casa, a otro, la pocilga; o la tierra árida en lugar de la que estaba junto al río. También podía suceder que heredaras la tierra de alguien que muriera sin parientes y eso, reconozcamos, que era lo mismo que ganar la lotería. Así la palabra lote en su origen significa: «Las diferentes partes de algo que se reparten entre varias personas» o «lo que a cada cual le toca en suerte». De esta segunda acepción vino nuestra 'lotería'. Pero también de aquellos azares de antaño „y de que los españoles hace mucho que somos muy nuestros„ nos viene otra expresión que escucharemos mañana, prosecco en mano, en televisión: «Tirar la casa por la ventana» y que se inició durante el reinado de Carlos III, quien importara la lotería de Nápoles como una estrategia para aumentar los ingresos de la hacienda real española sin tener que volver a subir impuestos. Por una inversión de 40 reales el billete uno podía sacarse un 'premio gordo' de 8.000 pesos fuertes, lo cual ya daba para reemplazar el mobiliario de la casa por otro nuevo y los agraciados lanzaban sillas y aparadores a la vista de todos los vecinos para poder restregar la nueva posición.

Pues bien, os traigo una noticia buena y una mala y como no veo el modo de preguntaros cuál queréis primero, allá voy con la buena: mañana tú puedes ser uno de esos flamantes ganadores (por favor, pon cava a enfriar y no importa la alegría del momento: no salgas a la calle en batín). Con haber apostado tienes ciertamente posibilidades, que no probabilidades, pero esto se entiende mejor con un ejemplo: que yo tenga un affaire con Brad Pitt es posible (no os riais, mientras ambos estemos vivos, es posible), lo que no es, es probable. Pues parecidas opciones hay de que nos toque la lotería. Exactamente un 0,00001% o lo que es lo mismo: 1 entre 100.000.

Y ahora, la mala noticia: si poco probable es que te toque, de suceder, sí tienes 7 entre 10 probabilidades de arruinarte en cinco años. Pero no me refiero a perder todo lo ganado, no. Aún más grave: un estudio del Massachussetts Institute of Technology demostró que el 70% de los premiados con la lotería tiene menos dinero cinco años después de haber ganado el premio, que antes. Pero ojo, que esta ruina es contagiosa y también aumenta las probabilidades de la ruina de tus vecinos en un 2,4%. La culpa será tuya y de tus malas decisiones, por supuesto, pero se suma la grave falta de formación financiera en España, tan lejos (también en esto) de otros países europeos y aún peor: esa costumbre tan española de dejarnos aconsejar por un cuñado.

Ya lo canta también la Real Academia Española y es que no es lo mismo ser «rico; adinerado, hacendado o acaudalado» que «nuevo rico; persona que se ha enriquecido bruscamente y que hace ostentación de su dinero, y frecuentemente deja ver su incultura y tosquedad».

Yo por si acaso, me voy a la 'pelu'. Ya sabéis, por si mañana me toca salir en televisión bebiendo a morro de una botella de champín. Me despido con una última canción del nuevo rico. La canta en su particular pedorreta Chaim Topol en 'El violinista en el tejado': «Si yo fuera rico didli didli didli didli dum, construiría una casa grande, con habitaciones a docenas justo en el medio de la ciudad, con un buen tejado y con suelos de madera de verdad, y una gran escalera de subida, y otra aún más grande de bajada, y otra, que no fuera a ningún sitio, solo para presumir».

Os deseo de corazón que os toque el más gordo de los gordos y que, además, la fortuna os dure siempre.

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