Intento entender el hecho de que la Navidad comience ya el primero de diciembre y que haya que poner una luminaria en cada árbol y farola de las calles principales de ciudades y pueblos durante un mes y pico. 'Es por el bien del comercio', dicen, y yo siempre pienso que me van a vaciar los bolsillos igual, con más o menos copos de nieve, estrellitas y renos luminosos que haya por la calle, sean de led o de históricas bombillas Edison. Luego, estamos todos preocupados por el cambio climático y calculamos la cantidad de CO2 que emite un concierto de Alejandro Sanz, pero el mes de factura de luz, que supongo yo que vendrá enterita de energías limpias, no se lo salta ni Greta Thunberg a vela. Pero las luces son solo una anécdota comparada con los villancicos, esa dulce matraca que nos vuelve mejores personas a base de lobotomizarnos con tonadillas nostálgicas. Mariah Carey debe vivir todo el año de los royaltis de las repeticiones del 'All I Want for Christmas Is You' por ejemplo en el Passeig de ses Fonts de Sant Antoni, donde suena cada dos por tres. Aunque el récord de caspa navideña fue batido el martes en Sant Jordi: 11 de la mañana, un sol muy rico, la plaza completamente vacía y unos altavoces sobre el parque infantil atronando el ambiente a base de villancicos de-los-de-toda-la-vida. Me paro a escuchar: 'En el portal de Belén/gitanillos han entrado/y al niño que está en la cuna/los pañales le han robado'. Encima racistas.