A estas horas ya hay un asesor escribiendo un discurso de Navidad de esos que hace el Rey el día de Nochebuena por la tele. Tal vez ese discurso sea para el presidente de una Mancomunidad o para el alcalde de un nunca bien ponderado municipio patrio que, dotado de moderna y bien financiada televisión pública, será emitido en horario de máxima audiencia. «Permítanme que me cuele un instante en sus hogares», podría comenzar diciendo la tal alocución. «En estas entrañables fechas», eso también hay que colarlo alguna vez. Tendremos mensaje real y mensaje del presidente de la Comunidad autónoma. Y también de los alcaldes. Ningún prócer parece poder resistirse a la tentación de sentarse en un sofá junto a un árbol de Navidad y felicitarnos las fiestas aprovechando para colar algún mensaje político en el suyo beneficio político. Escribir discursos de Nochebuena para un rey o un plebeyo está muy bien porque trabajas poco. Yo creo que con empezar a perpetrar el texto el cinco o seis, si acaso el siete de diciembre, vas con tiempo. Luego el borrador lo aliñas con una cita, no de alguien muy revolucionario, metes el concepto de fraternidad, recuerdas a algún muerto ilustre del territorio y haces alguna promesa velada. O sea, dices, hay que fomentar la creación de empleo, no dices pues voy a crear mil empleos en el mes de enero. No. Prudencia. Y para el 24 por la tarde ya estás libre, trabajo concluido. Conviene manejar la mirada a las cámaras. Si usted no es prócer puede saltarse este párrafo, si lo es, lea bien: mire a la que tiene el piloto rojo encendido. No mueva las manos. No lleve colores chillones, ni chaquetita de espiguillas, que hace mal efecto. Maquíllese pero trate de no acabar con las existencias de maquillaje de la zona y procure no poner cara de asco.

Es seguro que le gusta salir en la tele en semejante ocasión, pero si no fuese así consuélese pensando que a esa misma hora, los momentos previos a la cena de Nochebuena, hay gente sexando pollos, de guardia en una garita, internado en un hospital o emigrado a la fría Europa más solo y triste que un buzón en 2060. Y en cambio usted está ahí, saliendo en la tele. A mí salir en la tele me sigue pareciendo cosa de gente importante, pero como ahora también salgo yo, estoy cambiando un poco el concepto de tal cosa. Los mensajes y alocuciones, discursos de Navidad, han de incidir en la necesaria concordia y tal y en España, desde hace unos años y a causa del raca-raca indepe hay que realizar alguna alusión del tipo unidos somos mejores. «La unión hace la fuerza», no. Es un topicazo y ya está muy usado y pasado, manoseado. Lo bueno si breve, poco. Aún así el mensaje ha de ser breve. No se puede tener al cuñado esperando el consomé, a la prima frita por comerse un langostino y a la abuela preguntando por los mazapanes y que no se pueda comer y beber hasta que no termina el mensaje. En mi casa, de niño, veíamos al Rey de pie. Nosotros, no el Rey. No por adhesión quebrantable a la monarquía, y sí porque ya estábamos levantados para ir hacia la mesa. Con un refresco o vino en la mesa todos oían al menos un rato al monarca. Para criticar o alabar. Los niños procurábamos zascandilear un poco, que es lo que tiene que hacer un niño en presencia de un Rey. Aunque sea catódico.