Siddhartha Gautama se sentó en la ciudad de Sarnath a la sombra de un árbol Bodhi. Juró no moverse hasta alcanzar la Iluminación. Fueron 49 días de luchar contra las tentaciones que el mara Devaputra, jefe de los 'maras' o demonios de este mundo le enviaba empecinado en su fracaso, pero resistió y logro así convertirse en Buda. Este árbol Bodhi, también conocido como 'El Árbol del Despertar' es uno de los cuatro lugares santos del budismo, pero lo traigo aquí por otro motivo: También se dice de él que este árbol es el centro del mundo.

Cuando cualquiera de los orgullosos devotos que lo visitan me lo contaba mientras yo contemplaba admirada todas aquellas personas en procesión, dando vueltas a un árbol, ni pestañeé al responderle: «Bueno, en realidad, cualquier lugar es el centro del mundo». Carne de cañón de provocar un conflicto internacional e interreligioso épico, lo sé, lo sé. Rápidamente, traté de explicarme diciendo que, si desde el punto del planeta en que nos encontrábamos „no importa cuál fuera„ camináramos a derecha o izquierda; o arriba o abajo, recorreríamos la misma distancia. Tardaríamos „más que menos„ lo mismo en volver. Me miró con cara de 'estos romanos están locos', pero no me rebatió y se lo agradecí enormemente, que juro que mi intención no era belicosa.

Esta paradoja „o no„ del centro del mundo, me vale en realidad „junto a la cinta americana y el árbol de té, compañeros imprescindibles de viaje„, para casi cualquier cosa. Estamos en la posición central exacta de nuestros actos y nuestras consecuencias. Siempre. Y no me refiero a karma, qué va, sino a algo mucho más terrenal y más práctico. Parafraseando „supuestamente„ al mismo Buda: «Si quieres conocer el pasado, mira tu presente que es el resultado; si quieres conocer tu futuro, mira tu presente que es la causa».

Estos días de venirme a Ibiza han sido un alivio. Por Ibiza, por supuesto que sí, pero también porque he desconectado „casi del todo„ de redes sociales y de esa mierda de noticias que tienen color de país en llamas desde hace ya demasiado tiempo.

Quiero aprovechar para decir algo que no quisiera dar por supuesto y es el enorme respeto que me merecen estas líneas y, sobre todo, quien las lee. Un amigo, hijo de un loable periodista ya fallecido me contaba que en su casa desayunaban con seis periódicos y su padre le decía: «El que escribe en un periódico tiene una ventana para que le escuchen». Y coincido. Y lo asumo con gratitud, pero también, en cada artículo, soy consciente de la responsabilidad que conlleva con el lector. Y estos días, desde el papel de lectora, tan bombardeada de terribles noticias con Cataluña como protagonista, no sé cómo explicar la paradoja de lo que han llegado a asfixiarme y a dejarme indiferente por igual. Permitidme poner un ejemplo absurdo y es cuando me marché a vivir a Dominicana un año y le presté mi casa a otro amigo, bombero, para que la usara tranquilamente de picadero. Solo le di dos indicaciones: cuidarme mi preciada alfombra -que, creedme, acabó perdiendo- y cuidar mis plantas. Me preguntó cuaderno y lápiz en mano cada cuánto tiempo regarlas y le dije que se olvidara de tiempos. Que tocara la tierra con el dorso de la mano y si alguna estaba seca, la regara. Pues 'por si acaso', él fue regando y al ver que se ponían mustias, pidió socorro en un vivero que, a saber qué descripción dio del problema, le acabaron vendiendo fertilizantes de todas las marcas y con la urgencia de revivirlas las cebó como si no hubiera un mañana. Efectivamente, no lo hubo. Al menos para mis pobres plantas que murieron, a manos de un bombero, ahogadas y empachadas.

Así me siento estos días: un ficus, una drácena maltrecha, con muchas, demasiadas imágenes y titulares repetidos, pero -y he tardado en darme cuenta- cien noticias no equivalen en absoluto a una bien contada. Y este dolor no me lo causa la prensa, que yo sí discierno dónde están las raíces de helechos y responsabilidades, sino una vez más, nuestros políticos a los que dan voz. Los mismos que afirman asidos a me importa poco qué banderas, que el problema es Cataluña, los independentistas, los fascistas, los constitucionalistas, el entrenador del Manchester, un fugado en Bruselas, los mossos, los nacionales, los CDR o los estudiantes. Mucho más empeñados en anunciarnos quién matará la planta que en repartirse las tareas de salvarla. Y la respuesta está ¡está! Más allá del incendio de hoy, de la sentencia de ayer y del referéndum de anteayer. Está en que se sienten, juntos, bajo un árbol hasta que alcancen la iluminación porque, para vergüenza internacional, los argumentos que escupen de por qué estamos peleando, aun a estas alturas, ni se parecen. Como si fuera posible en este asunto sin saber de dónde venimos, saber a dónde vamos. Y son ellos los que conducen.

O lo que es lo mismo: Que están ¡y no se dan ni cuenta! En el centro del mundo.

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