En esta época siempre me acuerdo de los trabajadores de temporada que buscan cobijo, un agujero en el que hibernar hasta la próxima temporada a un precio razonable. Anhelan lo que muchos antes, aquellos que hace años hicieron su primera temporada en la isla y se enamoraron de ella. Padres de esos que ahora maldicen a los que se quedan porque consumen territorio y recursos; como ellos mismos, pero sin el futuro resuelto, claro. Están en la misma situación que miles antes que ellos: buscando como locos una habitación que compartir. En esto parten con desventaja, porque los padres de los que ahora se creen con derecho a denostarles tenían la oportunidad de encontrar algo más digno donde empezar una nueva vida. Son profesionales cualificados y primerizos, capaces y algunos indolentes. Es el tejido social de siempre, sólo que más maltratado. Puede que para los políticos no sean nada más que eso, curreles que sólo sirven en verano. Pero muchos agobiados, cansados y hartos de este sistema que les ningunea pueden en el futuro ser el germen de algo peor. Lo estamos viendo en Cataluña, en ese sinsentido egoísta. Señores políticos, cuiden de ellos porque, les guste o no, representan el futuro. Facilítenles una vivienda y un ápice de optimismo al que aferrarse. Muchos son el reflejo de sus padres o abuelos.