Un nuevo tiempo nos envuelve, nos encontramos con nuevas generaciones que son conscientes de la gravedad de la situación, que reconocen los peligros a los que estamos sometiendo a la naturaleza, que saben perfectamente que somos los causantes de la situación de crisis climática que nos acecha.

Una de las cuestiones más complejas ya está en funcionamiento, el impulso ciudadano, que ha dado lugar a numerosas manifestaciones que se iniciaron en 1992, cuando una niña, Severn Cullis-Suzuki, frente a los líderes mundiales en la Conferencia de Río de Janeiro silenció al mundo con su discurso en el que ya apuntaba a la extinción de especies, la contaminación de aguas, la deforestación y otras tantas. En 2019, hemos revivido esta imagen, con Greta Thunberg frente a las Naciones Unidas dando lugar a la continuidad de ese halo de esperanza que se inició hace casi treinta años. Lo triste ha sido ver como en ese intervalo no hemos podido hacer frente a lo que se preveía.

Durante estos días hemos tenido la suerte de presenciar el I Foro Marino de Eivissa y Formentera, donde se ha puesto de manifiesto que todos debemos participar en la protección de mares y necesitamos incorporar de forma urgente medidas que tiendan a cambiar el rumbo actual. Durante mucho tiempo mares y océanos han sido siempre los peor parados y, además, no han contado con mecanismos e instrumentos jurídicos que de forma holística plantaran cara de forma eficiente y eficaz a los impactos antrópicos. La ciencia ha evidenciado que los ecosistemas marinos son de vital importancia para el resto de especies y que, junto con las zonas congeladas, aportan funciones decisivas para la vida en el planeta azul de ahí la urgente de actuar.

El último informe del IPCC de hace apenas unas semanas, pone en evidencia las medidas que se han venido publicitando por muchos son insuficientes, son necesarias medidas que tiendan directamente a la reducción urgente de las emisiones de gases de efecto invernadero al verse directamente afectados los ecosistemas marinos, entre otros. La dependencia de nuestra especie de mares, océanos y de las zonas polares es tan fuerte que los impactos generados sobre estas zonas pueden repercutir directa e indirectamente sobre la especie humana. Los expertos ponen de manifiesto que son necesarias medidas de reducción de emisiones y, aún así, todavía será un desafío hacer frente a la situación generada, pero con esa reducción y con medidas que tiendan a proteger y restaurar los ecosistemas ya deteriorados, se podrá iniciar la senda de la adaptación, de tal forma que se limiten los riesgos futuros.

La adaptación supone un proceso de gran complejidad, pues como sabemos estamos ante un problema global que tiene que abordarse a diferentes escalas y los municipios también tienen mucho que aportar. Nuestra organización territorial permite que a nivel local se dispongan de responsabilidades en materia de planificación y gestión en áreas directamente relacionadas con el cambio climático. Se ha visto cómo existe desde hace tiempo una tendencia a crear grandes urbes y como tal se deben implantar medidas de adaptación y mitigación. Estamos siendo testigos de declaraciones de emergencia climática que se están publicitando, sin embargo, se echa en falta la aprobación de planes locales de adaptación a la crisis climática que impulsen medidas que verdaderamente tiendan a ser eficaces frente a la situación actual.

A nivel político e institucional, el cambio climático tiene que ser el eje vertebrador de los gobiernos que a diferente nivel se vayan constituyendo, y debe estar presente en todas las áreas, de lo contrario las medidas que se vayan aprobando tendrán poca efectividad, y es que por mucha declaración institucional que se haga, si no se aprueban medidas concretas el problema seguirá y perdurará a generaciones futuras dejando un bonito rastro de declaraciones de emergencia climática con escaso o nulo resultado.