La Ley de Murphy, «lo que puede pasar acaba pasando», siempre se cumple. Es sólo cuestión de tiempo. Que un gigante como Thomas Cook , segundo turoperador turístico del mundo, con agencias de viaje, filiales, aerolíneas propias y establecimientos hoteleros, con cerca de un millar de empleados sólo en Mallorca y especializado en el negocio balear, baje la persiana sin avisar, de un día para otro, dejando en la estacada a miles de clientes y descolocados a propios y extraños, „por improbable que pudiera parecer„ ha sucedido. No significa, por supuesto, que nuestra industria turística sea un gigante con pies de barro. Ni un castillo en la arena. Ibiza y Formentera tienen una marca consolidada y, si no desbarramos como venimos haciendo, mantendrán el atractivo que tienen. Pero no caigamos tampoco en la ingenuidad de pensar que aquí no pasa nada. Porque sí pasa. El contexto internacional nos afecta de manera directa. Nos afectará el Brexit y nos afecta, en definitiva y sobre todo, el monocultivo que practicamos y la forma en que lo venimos haciendo.

Capear los vaivenes del mercado forma parte del negocio y es evidente que exige tocar, sin desafinar, muchas teclas a la vez. Sabemos que un relativo seguro puede estar en diversificar las procedencias de nuestros visitantes, conseguir una oferta especializada y liberarnos del todo incluido que controla el turoperador de turno. Gracias a Internet, los sistemas de contratación tienden a suprimir cualquier forma de mediación y, en este sentido, las agencias de viajes que pueden echarnos una mano en determinado momento, ya no son de paso obligado. Y un aspecto determinante que descuidamos es el de los contenidos, ofrecer lo que nos hace únicos, lo que nos singulariza, lo que otro destino no puede ofrecer. Precisamente lo que ignoramos y venimos destruyendo con incomprensible aplicación. Hace unos días, uno de nuestros empresarios decía en estos mismos papeles que la 'movida ibicenca' -hablaba de las discotecas- se puede exportar. Y lo decía como si fuera una ventaja, cuando, por ser sólo un 'añadido' circunstancial, es nuestro talón de Aquiles. Es evidente que si pintan bastos, si vienen mal dadas, las discotecas pueden irse y se irán sin mirar atrás con la música a otra parte. Lo que quiere decir que no pueden seguir siendo nuestro principal y casi exclusivo reclamo. Nuestro mayor error es que seguimos sin ver como problema el riesgo que supone seguir con una oferta que ignora lo que Ibiza es.