Inevitable decir algo sobre la sentencia del Tribunal Supremo que condena a doce dirigentes del secesionismo catalán. Los condenados y sus correligionarios la han calificado de «venganza», dando por seguro que uno de los tres poderes del Estado español (el judicial) los quiso castigar por su osadía en reclamar la independencia de Cataluña. Y no solo eso, sino también declararla unilateralmente previo organizar un referéndum ilegal y aprobar unas llamadas leyes de «desconexión» (como si romper la unidad de un Estado fuese como cambiar de enchufe un electrodoméstico). Este es el tercer varapalo que se lleva el neoindependentismo catalán en poco tiempo tras la autorización del Senado (poder legislativo) a utilizar el artículo 155 de la Constitución requerido por el entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, (poder ejecutivo) para intervenir la Generalitat que presidía el ahora fugado Carles Puigdemont. La diferencia de fuerza entre el Estado español y el 'non nato' Estado catalán resulta evidente, pero hablar de complicidad de los tres poderes parecería exagerado. Esa diferencia de fuerza se trasluce en la sentencia del Supremo que describe el empeño secesionista como una «quimera», o como una «ensoñación». Constatación que ha servido a los jueces para calificar de sedición lo que la Fiscalía estimaba como rebelión. Un alivio no menor, ya que los dirigentes secesionistas, que llevan dos años en prisión, podrían comenzar a beneficiarse de permisos carcelarios. Beneficios que administra la Generalitat al estar transferidas las competencias en esa materia.

La sospecha sobre un trato de favor y la posibilidad de que Sánchez conceda indultos ha alarmado a la derecha que se ha apresurado a solicitar un endurecimiento de las penas y a presionar para que no se concedan medidas de gracia. Llegados a este punto, ¿qué bazas le quedan a los independentistas? Pues, más o menos, las que venían utilizando hasta ahora. Manifestaciones, quejas ante las instancias europeas, exaltación de los padres de la patria, y victimismo, mucho victimismo, para mantener viva la 'ensoñación' patriótica. En el fondo, se trata de una 'ensoñación' pequeñoburguesa que nada, o muy poco, tiene que ofrecer a las clases populares. Por cierto que, entre la avalancha de opiniones sobre la sentencia, no encontré ninguna con patrocinio cristiano. De los obispos catalanes se echa en falta una carta pastoral que oriente a la grei católica sobre la conducta a seguir. Y del abad de Montserrat, habitualmente tan locuaz y dicharachero, no hay noticia de momento.