La sentencia del Supremo sobre el procés es de puñeta tan delicada que, en la teoría, el alto tribunal impuso duras condenas que en la práctica son de bajo cumplimiento. Cuando las emociones oscilan entre «que se pudran en la cárcel» y «que les den el Nobel de la Paz y la Independencia de Cataluña en el mismo acto de Oslo», la sentencia es promediada y, por ello, digna de indignar a todos. 'Todos' es una ínfima parte de los atañidos en un conflicto de estado (no hace falta añadir español, porque no hay otro). A los condenados (en el sentido de no absueltos por el juez y en el de quien causa daño intencionadamente) les ha valido la pena, (entendida como 'castigo' y como 'esfuerzo') porque la van a cumplir, pero no la van a completar. 'Cumplir' viene del latín ' complere', que significa completar, pero 'saber latín' implica no tomarse las palabras al pie de la letra. Es previsible que al llegar la decisión de la Justicia al barcelonés paseo de Gracia (sede social del independentismo catalán urbano) los condenados pasen de la sentencia al tercer grado en horas veinticuatro (hipérbole barroca). En una sociedad sana en la que el cuerpo policial llamado ' Mossos de Escuadra' ayudó pacíficamente a cometer delitos, la administración transferida de la administración de Justicia cerrará filas con el gobierno autónomo para el rápido acceso al régimen abierto de los condenados, que disfrutarán de semilibertad sin dejar de sufrir de semirreclusión y dormirán en catre los laborables y en cama el finde. Llegarán sin arrepentimiento, reinserción y rehabilitación -incondicionalmente- a la condicional, con antecedentes en caso de reincidencia, como les pasa a los delincuentes comunes. Los listos conseguirán que el «lo volveremos a hacer» lo hagan otros.