El extraordinario y valiosísimo relato que estos últimos días nos ha dejado Xescu Prats en estos papeles sobre la presencia de ibicencos en Argel me ha hecho recordar las referencias que Albert Camus hace en algunos de sus textos al hablar de su infancia en los barrios de Belcourt, Lyon, Michelet y Unión, que hoy, por si el viajero quiere identificarlos, son los de Sidi M'Hamed, Belouizdad, Didouche Mourad y Bouguería.

Lo traigo a colación porque los comentarios del escritor son especialmente reveladores cuando, al hablar de la escuela y de los juegos en la calle, recuerda a sus amigos, hijos de inmigrantes baleares; y cuando menciona el cagagyous, jerga callejera que era una mezcla de francés, catalán, maltés y árabe; y cuando nos dice que, camino de Bouzaréah, se detenía en un pequeño cementerio que era una prueba inequívoca del asentamiento balear en Argel. ¿Venía esta fijación de sus antecedentes menorquines, por parte de su madre? Posiblemente.

Esta correlación afectiva que entre líneas descubre Camus explica, creo yo, que al visitar Ibiza se sintiera como en casa. Al punto, incluso, de repetir en algunas circunstancias y con las mismas palabras -lo vemos en L'Envers et L'Endroit-, las mismas vivencias: «En Ibiza, iba todos los días a sentarme en los cafés del puerto y, sobre las cinco de la tarde, los jóvenes se paseaban en dos filas a lo largo del muelle. Allí surgían los matrimonios y allí, a la vista de todos, se hacía la vida». Es lo mismo que dice de la calle Lyon argelina, donde, al caer la tarde, deambulaban los adolescentes y jóvenes, los chicos por un lado y por otro las chicas». Y no son menos sorprendentes los paralelismos geofísicos de las dos ciudades, Vila y Argel, una colina ocupada en su base por las casas que quedan junto al puerto, un segundo plano comercial que viene ser nuestra Marina y, más arriba, el barrio antiguo de la Casbah, con la mezquita, que correspondería al entorno de nuestra catedral. Y cuando Camus habla de la escuela, del maestro que les castigaba con una fusta, de los novillos que llamaban mancaoura, „ ses nostres saleres„, del matadero junto al Astillero, de los muelles donde aprendían a nadar con salvavidas de corcho y de las sesiones dobles en el cine Alcázar, nuestro Pereira, está describiendo las mismas experiencias de nuestra memoria. Todo ello me hace pensar que los ibicencos en Argel no se sentirían extraños, siendo que el escenario no parece que fuera muy distinto del de nuestras islas.