Conozco a un empresario del sector turístico inteligente y abierto de mente, con una manía de lo más extraña. Aunque la cuenta riéndose, la cumple a rajatabla desde hace años: jamás permanece en un lugar donde haya un buda. Si va a un restaurante o a un bar de copas y descubre una estatua del sabio hindú decorando el jardín, se marcha con viento fresco. No estamos ante un católico extremista que hiperventile en presencia de símbolos de otras religiones, como haría un vampiro ante un crucifijo. Dicha actitud, sencillamente, constituye su particular rebelión frente a la banalización y mercantilización de los símbolos que se produce en Ibiza.

Relaté esta anécdota hace algunos años y viene al caso después de que el Ayuntamiento de Sant Joan, previa denuncia periodística de Diario de Ibiza, haya desarticulado una serie de alojamientos ilegales que proliferaban en un supuesto centro de retiro espiritual de yoga, en las inmediaciones de Benirràs. Dicha finca de meditación se dedicaba a esquilmar a ascetas que abonaban la tarifa de un hotel de cierta categoría por pernoctar en un enclave miserable y fuera de ordenación.

El yogui-hostal tenía dieciséis estancias repartidas entre chozas, tipis, tiendas de campaña, hamacas a la intemperie y hasta un 'autobús vintage' de los años 50 que, en esencia, era pura chatarra. Éste fue retirado la semana pasada y constituía la última pieza de un negocio que, bajo el aura de la espiritualidad y la conexión cósmica -otra vez-, generaba unos ingresos de unos 1.500 euros diarios en temporada alta. Los promotores de este templo yogui vendían su hospedaje a través de la plataforma Airbnb y cobraban 220 euros por un tipi grande, 123 por otro más pequeño lleno de agujeros, 133 por el viejo bus y hasta 23 por la hamaca.

Todos estos cubículos compartían un baño y los clientes incluso tenían que hacerse ellos mismos la cama. Si querían llave para que su estancia quedara cerrada, tenían que abonar otros diez euros, lo mismo que por el préstamo de un ventilador o un calefactor. Otros tres euros requería usar la cocina y cinco la lavadora. Todo muy espiritual. La lista de suplementos de Ryanair es una broma al lado de la del yogui-hostal de Benirràs.

Este recurso de imbuir en filosofía oriental y falsa espiritualidad una colección de negocios ilegales es tendencia en Ibiza. Parece como si esta atmósfera zen justificara toda clase de tropelías, ilegalidades y engaños. Vimos algo similar con la famosa rave de Platges de Comte el mes pasado, cuando sus defensores se escudaron en la necesidad de desarrollar su sensibilidad mística y entrar en comunión con la naturaleza y el cosmos para montar un fiestón ilegal con gasóleo en un paraje protegido.

El aluvión de críticas hacia dicha iniciativa -tan ilegal como rechazable-, generó gran controversia en las redes. Quienes la defendían mezclaban las rave con meditaciones con gong frente a es Vedrà y otras prácticas igualmente exóticas que, al parecer, cierto número de personas practica con determinación y seriedad, por muy originales que al resto nos puedan parecer. Sucede igual con ese repulsivo mamotreto de hormigón que una multinacional hotelera está construyendo en Portinatx. Sus promotores, pese a estar destrozando un acantilado, vinculan el proyecto a la sostenibilidad y la comunión con la naturaleza. Este trasfondo que hoy lo enfanga todo surge de la falsedad de mezclar ambos conceptos -espiritualidad y negocio-, de forma descarada.

Al final, la tendencia de mercantilizar la espiritualidad constituye un insulto a la inteligencia de los residentes, hastiados de ver cómo se prostituye hasta el último metro de terreno. También representa un enorme lastre para quienes se dedican al asunto del yoga y sus derivadas con auténtica convicción y manteniendo un respeto hacia la isla y quienes vivimos en ella. En lugar de defender las cruzadas surrealistas de terceros, deberían ser los primeros en denunciar estos abusos. Han proliferado tanto que ya nadie distingue lo auténtico de lo impostado; el grano de la paja.

En Ibiza siempre ha habido tolerancia y se ha dado alas a lo diferente. Esa característica es la que ha hecho de esta isla un lugar especial. Playas bonitas las hay en muchos lugares del mundo, pero no la atmósfera de libertad de Ibiza. Por eso, cabe impedir a toda costa que algunos la mercantilicen y prostituyan como está ocurriendo hoy en día. La piratería está en todas partes; hasta en lo espiritual.