Mi mejor vestido y yo nos hemos venido a Ibiza por una razón extraordinaria: las bodas de oro de Antonia y Pepelu. Pensaréis que eso de 'extraordinario' es un adjetivo fruto del cariño y, qué va, es un dato empírico. No he logrado encontrar estadísticas de casamientos aquel 1968 en que él la conociera en un baile y de un pisotón le rompiera un zapato (sí, sí, es una historia de amor que empezó con muy mal pie), pero sí sé que desde 1975, se han reducido un 36% el número de matrimonios. ¡Hemos perdido un matrimonio de cada tres! Imaginad estas cifras sin la fantástica inyección demográfica que han supuesto los extranjeros. Una de cada seis bodas tiene al menos un cónyuge foráneo, así que, cuando os vengan con milongas de endurecer la inmigración, sopesad cuánto os afecta a vuestras posibilidades futuras de encontrar pareja.

A falta de datos de aquel entonces de Antonia y su zapato, tiro de mi propia estadística familiar. Eran seis hermanos y dos acabaron cazadas por forasteros (equivalente de la época a inmigrante ahora). Uno de ellos, Pepelu, que era un «murciano de Aragón» que, sabréis, es un tipo de gentilicio que solo tenemos en Ibiza ¿verdad? Sin embargo, los seis hermanos se casaron. Eran otros tiempos. La hecatombe estadística continúa muy bien reflejada entre mis parientes. Por ejemplo, un 33% de las hijas de Antonia y Pepelu están solteras, un 33% divorciadas y el resto, casadas. En mi propia casa los datos matrimoniales caen en los peores picos familiares: solo un 25% de los hijos de mis padres se casaron y acabó en divorcio en un 200% de los casos. Esto, en realidad, es una prueba fehaciente de que, en España, no solo tenemos seis divorcios por cada diez matrimonios, sino que la posibilidad de que, una vez divorciado reincidas en segundas nupcias, también aumenta las probabilidades de volver a divorciarte.

Malos tiempos para el país en muchos asuntos, incluyendo aquellos del amor y el matrimonio. España ostenta, junto con Italia, Portugal y Eslovenia, la tasa de nupcialidad más baja de Europa, pero además, en Baleares, solo superado por Canarias, es donde más tarde nos casamos, rascando las 38 primaveras. De las 173.626 bodas que se celebraron en España en 2017, apenas 4.750 fueron en Baleares. En el mismo período tuvimos 5.017 víctimas de accidentes de tráfico. Sacad cuentas. Un ibicenco tiene más probabilidades de que le atropellen, que de casarse.

Con lo que cuesta encontrar tu medio limón y aún así, España es el país de la Unión Europea donde más ha crecido la ruptura familiar: el número de divorcios se ha duplicado en apenas 13 años y un buen puñado de los matrimonios que resisten, lo hacen por motivos económicos. A muchos se les suma el hecho de un matrimonio desgraciado, con no poder permitirse el coste de un divorcio, renunciar a una casa compartida o arriesgarse a asumir una pensión para los hijos. Por cierto, las cifras se disparan si el cónyuge es simpatizante de VOX. El barómetro del CIS revela que un 14% de las rupturas tienen detrás a votantes del partido más conservador, seguidos de lejos del 8,5% de Podemos, 8,2% de PSOE, 6,7% de PP y los más resistentes son los votantes de la formación naranja con un 5,5%. Habrá tiempo de ver cómo influyen las coaliciones en la tasa de divorcio.

¿Pero hay una barrera en la que el paso del tiempo signifique 'para siempre'? De nuevo, no he encontrado cifras de matrimonios tan longevos. El INE finaliza la criba con un «más de 20 años de casados» y, para mi sorpresa, es precisamente la horquilla en la que más disoluciones se producen. Un 53% de las separaciones llevaban unidas más de dos décadas cuando deciden que ya está bien.

Por eso, con los datos sobre la mesa, tienen mérito los 50 años de Antonia y Pepelu. Quizá no fueran siempre color de rosa, pero me consta que se mantuvieron juntos en lo bueno y en lo malo. En la pobreza cuando llamó a la puerta y, a saber si alguna vez llegaron a ser ricos, porque el único ducado que le conocimos a Pepelu fueron los que encendía uno tras otro hasta que un mal susto en forma de cáncer le hizo dejarlos todos de golpe. A la mierda. Eligió vivir e hizo muy bien. Ahí vimos que estuvieron juntos, y hasta revueltos, en la salud y en la enfermedad.

Así que, consciente de los lúgubres augurios que las estadísticas del amor traen por delante, de lo poco probable que es que, a estas alturas, me case; que si llego a hacerlo, sea para siempre (sobre todo si mi amado vota a VOX), aún así, veo a Pepelu sacar a bailar a Antonia una de Los Panchos y ella, se deja llevar, confiada, como si no le fuera un zapato en ello y ¡qué queréis que os diga! Elijo seguir creyendo en el porcentaje bueno, por mínimo que sea. Atentos, parientes, que cuando tiren el ramo pienso lanzarme con mi mejor vestido a por él, y arañaré a quien se ponga en mi camino. Estáis advertidos.

@otropostdata