René Magritte, uno de los mejores pintores del siglo XX y uno de los más populares del XXI, no sentía necesario contemplar un cuadro, le bastaba ver una reproducción. Quizá saber eso le consuele por haber viajado a París y regresado sin haber visto la Gioconda, el cuadro más famoso del mundo. No hace falta ir a ver algo tan visto, sobre todo porque ya no se puede ver. En el museo de Louvre, en lugar de la enigmática sonrisa de la dama renacentista, se ve una arboleda de palos de selfi y las sonrisas a cámara de decenas de personas que han ido a fotografiarse con ella, como con Cristiano Ronaldo o Lady Gaga, más famosos que el cuadro.

Como es una pieza pequeña, donde mejor se ve ahora a Monna Lisa es en un póster o en el ordenador, sin salir de casa y donde mejor se ven los selfis no es en cualquier sitio donde miles de turistas atraigan a otros miles de turistas, sino en Egipto. Allí la policía detuvo a un estadounidense haciéndose un selfi del culo delante de las pirámides. El que se hace un selfi del culo se autorretrata dos veces -física e intelectualmente- pero seguro que miles de personas ya lo han considerado una buena idea y pronto serán legión los que se autorretraten colocando el ojete frente al objetivo, en un pulso de miradas entre dos tuertos. Napoleón era un pomposo con un ego de tamaño continental, pero cuando pronunció la frase «¡Soldados! ¡Desde lo alto de esas Pirámides, cuarenta siglos os contemplan!» ante sus cinco divisiones -y aunque hubiera ido hasta allí a matar mamelucos- demostró un saber estar incomparable respecto a quien, ante el mismo panorama, se le ocurrió hacerse una foto del culo. No aceptemos este retrato de envés cuando tropecemos con él y démosle un uso inédito al palo de selfi.